martes, octubre 04, 2011

Risas peligrosas, de Steven Millhauser


Hace tiempo, en el sótano lleno de saldos de una librería de Madrid, encontré a un precio ridículo los libros de Steven Millhauser (publicados por la Editorial Andrés Bello, creo que ya desaparecida), autor célebre en Estados Unidos pero apenas conocido en España (algo que puede que cambie con la reedición de Martin Dressler. Historia de un soñador americano, en una nueva traducción para Libros del Asteroide). Después de aquello, una editorial de prestigio (Circe) se atrevió a publicar Risas peligrosas. Y digo “se atrevió” porque algunos de los relatos de este libro contienen toques fantásticos, y ya sabemos que el fantástico, por lo general y salvo casos aislados, no goza del prestigio que merece en nuestro país. Risas peligrosas está dividido en cuatro partes:

“Dibujos de apertura” incluye un único cuento: “El ratón y el gato”, que consiste en la original descripción de las persecuciones de un gato y un ratón con similitud sospechosa con Tom & Jerry. A pesar de su originalidad, no sorprende porque algunos ya nos sabemos lo que pasa en estos episodios.

“Actos de desaparición” recoge cuatro relatos. Está el misterio de la chica evaporada de una habitación, casi como un guiño a Poe: “La desaparición de Elaine Coleman”. En “La habitación de la buhardilla” un niño conoce a una niña que jamás sale de la oscuridad, y tiene que imaginarla en sus juegos como si fuera invisible. La invisibilidad también es el tema de “Historia de un trastorno”, en la que un hombre empieza a rehuir las palabras, a no encontrarles sentido, empieza a sumirse en un silencio en el que las palabras no casan con los objetos y aquellas se vuelven invisibles: Creía que las palabras eran instrumentos de precisión. Ahora sé que devoran el mundo sin dejar nada en su lugar. Y aquí aparece el cuento que da título al libro, donde un grupo de muchachos transforma la risa en algo obsesivo, cercano al peligro.

“Arquitecturas imposibles” reúne, a mi entender, las historias más sabrosas del volumen. “La cúpula” recuerda al novelón de Stephen King, con una gran diferencia: en el cuento son los ciudadanos los que eligen cubrirse; y convierten los interiores en centros comerciales. Comienzan cubriendo cada casa y acaban aislando el país bajo una imposible, gigantesca cúpula. “En el reino de Harad IV” cuenta la historia de un miniaturista obsesivo y minucioso hasta lo irreal. En “La otra ciudad” aparece una ciudad duplicada, pero sin ciudadanos: los habitantes de la ciudad original van de vez en cuando a la ciudad que es exactamente igual a la suya (y que un grupo de trabajadores procuran mantener fiel a su modelo) y allí hacen cosas que no podrían hacer en la suya, como espiar las casas vacías pero idénticas de sus vecinos. En “La Torre” construyen una torre con pretensiones de alcanzar el cielo, como la de Babel, y la vida cambia: ya no es horizontal, sino vertical, los ciudadanos viajan hacia arriba o hacia abajo; es tan alta que no se puede ascender en una vida, los hombres inician su viaje y envejecen antes de alcanzar la cima.

“Historias heréticas” también engloba cuatro relatos: “Aquí en la Sociedad Histórica” (donde los archiveros no sólo guardan memoria de los objetos, sino de las minucias, los gestos, los envoltorios de los caramelos arrojados al suelo, etc.), “Un cambio de moda” (mediante el que las mujeres empiezan a recubrir todo centímetro de piel, con vestidos tan grandes que incluso pueden escapar de ellos por una salida trasera sin que se note), “Un precursor del cine” (los cuadros de un hombre con elementos pictóricos que se mueven dentro del cuadro) y “El mago de West Orange” (con un invento para proporcionar sensaciones a la piel sin tocarla). Tres extractos de esos relatos:

Empecé a preguntarme si algo de lo que había dicho alguna vez era lo que había querido decir. Empecé a preguntarme si algo de lo que había escrito era lo que había querido escribir, o si lo que había querido escribir estaba debajo, tratando de salir a la superficie.

**

Sin embargo, al logro no le faltan sus detractores, incluso hoy día. Los críticos sostienen que la Cúpula representa el triunfo absoluto de la sociedad de consumo, de la que es el símbolo extravagante y descarado. Porque la Cúpula, dicen, ha convertido todo el país en un gran centro comercial cuyo único propósito es fomentar el consumo febril. La sensación de estar bajo un techo común, de pasar muchas horas bajo luz artificial, estimula al parecer en el ciudadano medio un deseo irrefrenable de comprar. Y es cierto que la conclusión de la Cúpula se ha visto acompañada de un drástico aumento del gasto de los consumidores, como si todo lo que hay bajo el techo de Celestilux –casas, lagos, nubes– se exhibiera y ofreciera incesantemente en venta.

**

La nueva indumentaria era paradójica. Puede decirse que las mujeres nunca estuvieron más desnudas que cuando se ocultaron.


[Traducción de Aurora Echevarría]