Recuerdo que ella me dijo que su padre había muerto. Creo recordarlo bien, aunque en aquel momento yo estaba desabrochando los botones de su blusa en el interior de mi coche y es posible que la memoria me esté jugando una mala pasada, pero no lo creo. Lo dijo claramente: muerto desde hacía varios años, de repente, un infarto o algo así; por eso me extrañó verlo sentado en el salón de su casa cuando ella me invitó a subir a conocer a su madre. Un hombre más bien pequeño, calvo, de aspecto desvalido, sentado con las piernas muy juntas en uno de los sillones situados junto a la ventana y que me miraba como si me suplicase algo.
-Creía que tu padre había muerto –dije.
-Y así es –me respondió ella.
Y yo me quedé con una media sonrisa en la cara, sin acabar de entender qué era lo que ocurría. Volví a mirar al hombre. Seguía allí, observándome con expectación.
[Del relato “El hombre invisible]