La persona llamada “psicóticamente deprimida” que trata de suicidarse no lo hace por “falta de esperanza” ni por una abstracta convicción de que el debe y el haber de la vida no cuadran. Y sin duda no lo hace porque de pronto la muerte le parezca fascinante. Una persona en la que la invisible agonía de Ello alcanza cierto nivel insufrible se mata del mismo modo que una persona atrapada salta en algún momento para escapar de las llamas. Que no haya dudas sobre la gente que salta al vacío. Su terror a lanzarse desde una gran altura es tan grande como el de otra persona que se asoma a esa ventana para ver el paisaje; es decir, el miedo a caer es una constante. La variable aquí es el otro terror, las llamas del incendio: cuando las llamas se acercan lo suficiente, arrojarse al vacío se convierte en un terror ligeramente inferior al otro. No se trata de ningún deseo de dejarse caer; es el terror de las llamas. Y, sin embargo, nadie en la acera que mira y grita que no se tire, que aguante, puede entender el salto. Realmente no. Se tiene que haber estado personalmente atrapado por las llamas para comprender realmente ese terror muy superior al de la caída.
David Foster Wallace, La broma infinita