jueves, octubre 20, 2011

Dejad que baile el forastero, de Jaime Priede


El elemento autobiográfico recorre intermitentemente Vértigo, Los emigrados, Los anillos de Saturno y Austerlitz. Cuatro libros y una única corriente narrativa: el intento de relacionar los sentimientos personales y los recorridos objetivos de la historia, ambas cuestiones se contradicen fuertemente, pero de lo que se trata es de mirar la manera en que se condicionan mutuamente. Busca una modalidad que le permita garantizar su presencia en el texto y tomar postura sobre el estado de las cosas sin caer en el confesionalismo. Sin novelarse a sí mismo. Por eso los demás personajes tienen los mismos asideros en la realidad que el narrador, cuyo trabajo de investigación y localización le permite coger de las biografías, incluso de las familiares, aquello que le puede interesar para luego inventar un poco aquí y allá en las zonas marginales. La presencia del narrador en el texto es la del viajero confiado al azar, sin rumbo. Viajero que indaga con meticulosidad en los detalles que se han salvado del pasado y que le ayudan a reconstruir el puzzle de unas cuantas vidas ajenas. Revuelve entre las ideas que hicieron avanzar a cada una de esas vidas, todas ellas dotadas de no poca excentricidad, porque lo excéntrico tiene algo de fantástico y así, la narración, como la propia realidad, abre también las puertas a lo increíble. Dice el escritor húngaro Péter Esterházy que todo se ha vuelto ficción, lo que casi quiere decir que ha muerto la fantasía. El ingrediente fantástico que introduce Sebald en sus relatos aborda el presentimiento de Esterházy casi como un aforismo: nunca la realidad se ha visto superada por la ficción. Y hoy menos que nunca.