miércoles, septiembre 21, 2011

Los amigos de Eddie Coyle, de George V. Higgins


Potentísima novela de los 70, de culto, llevada al cine en su día (con Robert Mitchum; en España la titularon El confidente). Una novela policiaca al más puro estilo. Diálogos que combinan humor y jerga callejera, una fluidez envidiable que al autor le vino de combatir el crimen durante años como fiscal y abogado. Admirada por Dennis Lehane (autor del prólogo de esta edición), Norman Mailer, Elmore Leonard o Richard Rayner, fue claramente una de las inspiraciones del cine de Quentin Tarantino. Para empezar, uno de los personajes se llama Jackie Brown (aclaro: aunque la peli Jackie Brown está basada en Rum Punch, la protagonista del libro de Elmore Leonard se llamaba Jackie Burke), y luego hay abundantes diálogos, que ocupan casi toda la novela, y a veces los personajes se desvían del tema y hablan de comida (como en ese pasaje en el que dos detectives conversan sobre los sándwiches de queso con mayonesa). No os la perdáis, es un referente absoluto del noir. Aquí va un ejemplo; otro día colgaré otro extracto:

-Bien, Deetzer, viejo, ¿qué has sabido? –dijo Foley.
-He sabido que aquí, de vez en cuando, sirven copas –respondió el negro–. ¿Puedo tomar una de esas?
Foley llamó a la camarera y señaló su vaso. Luego levantó dos dedos.
-¿Vamos a comer aquí, Foles? –quiso saber el negro.
-¿Por qué no? –respondió Foley–. Un bistec me vendría bien.
-¿Paga el tío Sam? –preguntó el negro.
-No me extrañaría –respondió Foley.
-Ahora recuerdo haber oído algunas cosas –dijo el negro–. ¿De qué tenemos que hablar?
-He pensado meterme en el negocio de los atracos –respondió Foley–. Lo que quiero es montar una banda de atracadores integrada, sin discriminación racial. Seríamos invencibles, Deetzer. Esta mañana, cuatro hijos de puta que no son más listos que tú o que yo se han llevado noventa y siete mil dólares de un pequeño banco en las afueras. Todo fetén, ningún problema. Y aquí estamos nosotros, unos jóvenes dignos, padres de familia, malviviendo con un sueldo de mierda.
-En la radio han dicho ciento cinco mil –replicó el negro.
-Pues ya ves, Deetzer –dijo Foley–. Un día de trabajo y lo único de lo que deben preocuparse es del FBI. Tú sacarás la basura hasta Pascua y ellos estarán bronceándose en una playa de Antigua y yo iré de acá para allá con nieve hasta los cojones hasta el aniversario de Washington, persiguiendo amas de casa que pagan diez pavos por ciento sesenta gramos de té Lipton y sesenta gramos de maría mala.
-Estaba pensando en meterme en una comuna –dijo el negro–. He oído hablar de una, cerca de Lowell. Admiten a cualquiera, te despelotas y jodes todo el día y bebes vino de moras toda la noche. Lo que ocurre es que me han dicho que, para comer, solo tienen nabos.
-Eres demasiado viejo para una comuna –dijo Foley–. No te aceptarían. No se te empinaría lo suficiente como para cumplir los requisitos. Lo que necesitas es un trabajo pagado por el gobierno con una secretaria que aparezca todas las tardes, se desnude hasta quedarse en liguero y haga que se te levante.


[Traducción de Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté]