jueves, septiembre 22, 2011

La fábrica de animales, de Edward Bunker



Me parece que ya hemos dicho por aquí que una de las muchas virtudes de los editores de Sajalín es que están publicando la obra de autores inéditos o casi inéditos (de Bunker ya se tradujeron un par de obras, hace años): el propio Bunker, Dan Fante, Osamu Dazai o Hubert Selby, Jr., entre ellos. La recepción de los libros de Mr. Blue (ése era su personaje en Reservoir Dogs, algo que la gente empieza a descubrir ahora) en España ha tenido una trayectoria meteórica. No hay bestia tan feroz va por su sexta edición. Stark, por la cuarta. Perro come perro lleva poco tiempo en el mercado y ya le toca el turno a La fábrica de animales. Todas estas novelas las hemos recomendado aquí.

La fábrica… (que fue adaptada al cine por Steve Buscemi en una peli por la que desfilaban Willem Dafoe, Edward Furlong, Mickey Rourke, Danny Trejo y Tom Arnold, y con cameos o papeles breves de Buscemi y Bunker) cuenta el ingreso en la prisión de San Quintín de Ron, un cachorro al que advierten que en la cárcel va a ser carne de cañón: todos van a querer violarlo o convertirlo en su puta (En San Quintín, ser guapo era una desgracia). Y trata de su amistad con el preso más respetado del lugar, Earl Copen. Eso le sirve al autor para dejar su impronta autobiográfica, ya que él mismo estuvo en esa cárcel y entró siendo el preso más joven del lugar. Y le sirve para hablar de un sistema penitenciario que corrompe al hombre; lo dice el protagonista: La cárcel es una fábrica que produce animales humanos. Un sistema siempre cruel y brutal que, al mezclar a ladronzuelos de baja estofa con asesinos y violadores, convierte a los primeros en seres despiadados. A no ser que se salven, como hizo el propio Bunker, que tras salir de entre rejas se dedicó a la literatura. Y le sirve, la trama, para presentarnos todos los juegos de poder que se dan en el interior de Q. (así lo llaman algunos presos): el apoyo entre bandas, los conflictos raciales, los chanchullos de los veteranos con algunos funcionarios, las relaciones entre quienes conocen las reglas y quienes son novatos… En suma, una poderosa novela, una de las mejores sobre el tema carcelario. Ed Bunker, que lo probó, lo sabe:  

Doscientos hombres ocupaban aquellas celdas adosadas, todas idénticas, como celdillas de un panal. Todos estaban peor allí que un animal en el zoo y aún tenían menos espacio. Pero lo único que hacían era odiarse los unos a los otros. Y aun así, sabía que no diría nada, que no podía decir nada, porque si se pronunciaba los blancos se le tirarían encima. Y en cuanto a ayudar a los negros, ya había visto lo que le había pasado en la cárcel a un hippie blanco que quiso ser amable. Le habían pegado una paliza y lo habían violado. Era una enfermedad endémica y él se estaba contagiando.

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Se le ocurrió fingir un intento de suicidio. Se abriría una vena de la articulación del hombro con una cuchilla de afeitar, metería la sangre en un vaso, la mezclaría con agua y lo salpicaría todo. Para rematar la jugada, representaría un ritual, el de “comer mierda”. Cogería las gachas del desayuno, las mezclaría con café instantáneo hasta que adquirieran un tono adecuado de marrón descompuesto, y metería la pasta en el váter, encima de una revista. El guarda, conmocionado por el incidente, no vería sino mierda real, porque era lo que normalmente había en la taza de un váter y el sucedáneo era una sustancia amarronada y húmeda perfectamente equiparable.


[Traducción de Laura Sales Gutiérrez]