Anne Atik y su marido, Avigdor Arikha, mantuvieron amistad y correspondencia con Beckett durante muchos años. De ello da cuenta la primera, en este libro que reúne algunas cartas, anécdotas sobre el carácter de Beckett, unas cuantas fotografías y varias aristas cercanas de un hombre siempre enigmático (ahí están sus silencios en medio de las conversaciones, su alejamiento de los medios y la fama, etcétera) y siempre deslumbrante: como escritor y como persona. Gracias a Atik nos acercamos más a la figura de un hombre que jamás se dejó etiquetar. De él nos cuenta cosas como ésta:
Sam tenía un toque mágico con los niños. Nunca los trataba con condescendencia ni con aires de superioridad, nunca los censuraba ni les hablaba de una manera infantil, sino con absoluta naturalidad, de los partidos de cricket, de la natación, de las labores del hogar, de los profesores, con la misma complicidad y empatía que demostraba con sus viejos amigos.
Al final incluye una anécdota sobre los primeros días tras su muerte. Atik y su marido acudieron a menudo al cementerio de Montparnasse donde reposan sus restos, y esto es lo que vieron:
Aquella primera semana, fuimos varias veces. En una ocasión, encontramos un billete de metro amarillento sobre la tumba, en el que alguien había escrito con letra pequeña: “Godot vendrá”.
[Traducción de Juan Abeleira]