Garbeos lentos por la ciudad, ignorados cómo no (y por fortuna) por las empresas turísticas, ya que no hay otra cosa que ver en esos itinerarios que la poesía en estado bruto, cosa que los paseantes de pago no podrían apreciar, poesía de las piedras, de los adoquines, de los pilones, de las puertas cocheras, de las ventanas abuhardilladas, de los tejados de tejas, de la hierba escasa, de los árboles inesperados, de las callejas, de los pasajes, de los callejones sin salida, de los patios interiores, de las cocheras con depósitos de carbón o de materiales de construcción, de las empresas de demolición, poesía de las obras, de los solares todavía solos, de las boleras, de las cantinas, poesía de los colores pero también poesía de los olores que varían en cada umbral…
Jean-Paul Clébert, París insólito