jueves, febrero 24, 2011

Un tren poético y narrativo

Hoy quiero hablarles de un autor al que no había leído hasta hace unos días y cuyas obras provocan adición. Se llama Celso Castro. Me había tropezado una y otra vez, en varios blogs, con loas a su libro `El afinador de habitaciones´, publicado el año anterior por Libros del Silencio, una de esas editoriales donde todo brilla, con un catálogo de prestigio y una trayectoria breve e imparable. Pero no me había atrevido a escudriñar sus páginas porque (y que me perdonen sus editores) la ilustración de cubierta me sonaba a novela decimonónica. Y no lo es. A veces se dan estas coincidencias: un día decidí comprarlo y al siguiente supe que la editorial publicaba esa semana su continuación, `Astillas´, que también tengo y he leído y disfrutado. Porque la de Celso Castro es una trilogía. Lo primero que me atrapó es la voluntad del autor de mantener todos los textos en minúscula (que aquí vulnero porque estoy escribiendo para un periódico y sé de sobra que no me iban a tolerar que pusiera nombres y títulos en minúscula): tanto su nombre y apellido como los nombres de los personajes, de los lugares o de las ciudades; ni siquiera encontramos mayúsculas después del punto. Esto no es nuevo, yo lo había visto en los `Escritos de un viejo indecente´, de Charles Bukowski. Pero lo raro es que se lo acepten a un autor español. Los editores españoles suelen ser muy clásicos en ese sentido: en cuanto les entregas un texto que juega con tipos y tamaños de letra y distintas fuentes te lo echan por tierra alegando unificación de criterios, siempre con la complicidad del corrector. En este sentido, considero de justicia proclamar la valentía de los editores y del autor.
Al principio de la novela `El afinador de habitaciones´ encontramos un texto independiente, pero con conexiones con el resto de la obra: se trata del relato `La cuervo´, que nos indica ya qué rumbos va a tomar la prosa de Castro. La crítica ha señalado las sorpresas de este libro y estoy de acuerdo. Nos depara, sí, continuas sorpresas. Para empezar nos encontramos con un narrador (y protagonista) adolescente, que mezcla cultura (poesía, dotes filosóficas) con vicios (coñac, costo, anfetaminas), y que recuerda sólo muy ligeramente a Holden Caulfield, un narrador que siempre tiene el corazón en la mano y que se enamora en cada esquina y pasa de una mujer a otra o las alterna sin creer nunca que esté haciéndoles daño. En cuanto uno se embarca en el flujo de conciencia del protagonista ya no puede detener la lectura. Celso Castro construye un tren poético y narrativo del que uno no quiere bajarse.
Si esa primera novela de la serie de “relatos del yo” engancha, el efecto es aún más brutal en `Astillas´. En este libro volvemos a encontrarnos al narrador, unos años después. Más confuso aún, enamorado de más mujeres, más autodestructivo y con planes suicidas para un futuro no muy lejano. Es primordial, en ambas, el tema de los espíritus de sus muertos, que deambulan por su casa al estilo de `Pedro Páramo´, pero que él sólo oye y nunca ve (otros personajes sí ven a la madre o a la abuela muertas), de modo que, con una pirueta, pasamos del realismo al fantástico. O quizá la trama se desarrolle sólo en la cabeza de este personaje que, en ambas novelas, me recuerda también al protagonista de `La mamá y la puta´, aquella película francesa en la que Jean-Pierre Léaud saltaba de una cama a otra sin complejos de culpa por sus infidelidades. Quizá porque me había familiarizado con el personaje, `Astillas´ me parece superior. Ahora sólo espero que publiquen pronto la tercera parte.


El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla