miércoles, febrero 16, 2011

Moscú-Petushkí, de Venedikt Eroféiev


Una novela alocada y desternillante. El narrador, que es el mismo que el escritor y utiliza el mismo nombre y apellido, sube al tren de cercanías para viajar de Moscú a Petushkí, donde le espera una mujer. Antes de llegar a la estación ya se ha bebido media ciudad, y así continuará durante todo el trayecto, bebiendo como sólo saben hacer los rusos, ejemplo de resistencia etílica y de ferocidad literaria. En competición alcohólica con Bukowski, probablemente Eroféiev habría vencido. En el primer tercio del libro (para mí la mejor y más divertida), el narrador nos cuenta algunos pormenores de su vida mientras trasiega alcohol. En el segundo, se junta con varios pasajeros y se emborrachan y cuentan anécdotas. En el tercero y último, la novela da un giro y Venedikt está ya en otro mundo: el mundo de los sueños, de los delirios alcohólicos, de las alucinaciones provocadas por la bebida, hasta el punto en que ni él mismo sabe qué parte es realidad y qué parte es sueño. Un fragmento:

Pero esa juventud tan ligera de cascos que viene tras de nosotros parece no darse cuenta de tales secretos de la existencia. Le falta envergadura e iniciativa; en general, no creo que tenga nada en la mollera. ¿Qué puede haber más noble, por ejemplo, que experimentar en uno mismo? Yo, a esa edad, lo hacía de la siguiente manera: el jueves por la noche me bebía de un trago tres litros y medio de iros; me tumbaba después a dormir sin siquiera quitarme los zapatos y con un único pensamiento: ¿me despertaría al día siguiente por la mañana o no me despertaría?
Pero el viernes por la mañana no me despertaba. Me despertaba el sábado por la mañana, sin zapatos, y no en Moscú sino bajo el terraplén del ferrocarril de la región de Naro-Fominsk. Y después, haciendo un esfuerzo, recordaba y almacenaba los datos; y tras almacenarlos, los comparaba. Y una vez los había comparado, comenzaba a reconstruirlos de nuevo mediante un esfuerzo de memoria y un análisis lo más penetrante posible. Y luego, pasaba de la contemplación a la abstracción; en otras palabras, bebía de manera penetrante para quitarme la resaca y averiguaba por fin adónde había ido a parar el viernes.


[Traducción de Helena S. Kriúkova y Vicente Cazcarra]