Libro de culto, objeto de lujo con ilustraciones de Sara Morante y prólogo de José Carlos Llop, imprescindible para todo cazador de rarezas. Editado por Impedimenta. Por aquí desfilan muchos de los escritores a los que he leído (o cuyos libros compré y cuya lectura tengo pendiente), como Kathy Acker, William Burroughs, AJA Symons, Marcel Schwob, Albert Cossery, Arthur Cravan, Ennio Flaiano, B. Traven, Frederic Prokosch, Nick Tosches, Alexander Trocchi o Fritz Zorn y un sinfín de escritores que no conocía, como Dominique De Roux, Denton Welch, Jean-Jacques Schuhl, Anna de Noailles, Gregor von Rezzori, Bernard Frank o Edouard Dujardin. Hay que leerlo con bolígrafo y papel, con conexión a internet para buscar muchos de los títulos. También es muy recomendable para editores en busca de inéditos en castellano. Y se devora en dos tardes. Dejo aquí unas entradas de muestra:
DELVAILLE, BERNARD. Aficionado a los gatos, a los puertos, a la ropa bien cortada, a la llovizna de Londres, a Larbaud y a Morand. Murió en Venecia junto con su perro en 2006. Supo despedirse. Diarista, poeta, director de la colección Poetas de Hoy de la editorial Seghers, Bernard Delvaille tenía algo de Barnabooth y de Paulhan. Su obra poética completa, sombría, lírica, se dirige exclusivamente a los marginales, a los desclasados, a los viajeros sin maletas ni ilusiones. Esto es lo que escribió su amigo el poeta Claude Chambard: “Bernard Delvaille ha muerto. Nació en Burdeos en 1931, en la confluencia de la calle Jules-Duguas con la avenue de la République, en el barrio de Caudéran. Hacía el mejor gazpacho del mundo, hablaba de Mallarmé y de Larbaud como nadie, bailaba el tango mejor que Derrida y cantaba Ramona como en las películas de los años treinta. Lo vamos a echar de menos. Sí. Con lo que le gustaba viajar ha muerto en Venecia; lo que resulta a la vez fino y vulgar… Típico de él”. Es difícil decirlo mejor, salvo quizás su último verso (¿su última copa?): “Todo fue como un verano fatal que se va consumando”.
MACLAREN-ROSS, JULIAN. Dechado de dandismo, de padre anglocubano y madre india, tan asiduo de los hoteles de lujo de la Costa Azul como de los espumosos pubs del SoHo, donde solía cruzarse todas las noches con individuos como Dylan Thomas, Quentin Crisp, Joan Wyndham y hasta con el orgiástico satanista Alesteir Crowley. Generalmente considerado como el padre más verosímil del Nuevo Periodismo por su estilo “champán brut”, Julian MacLaren-Ross dejó para la posteridad una única novela de culto, escrita en pocas semanas y publicada en 1947, De amor y hambre. La novela narra con furia argótica y un humor no exento de cierta amargura, las tribulaciones de un vendedor de aspiradoras aficionado a hacer morder el polvo –en términos económicos– a cuanta cándida viuda se cruza en su camino, mientras pone los cuernos en sus ratos libres a su mejor amigo con la golfa de su esposa. Nacido en 1912, Julian MacLaren-Ross murió en 1964 tras haber escrito numerosos relatos, guiones y una autobiografía muy divertida y sincera. Este extraño personaje londinense, adepto de la barra fija, según sus amigos, y tan clarividente como desengañado, retrató una Inglaterra de entreguerras donde el paro y la miseria no excluían una fraternal bohemia. MacLaren-Ross fue admirado por Graham Greene, Evelyn Waugh, Cyril Connolly, Olivia Manning y, por supuesto, Anthony Powell, quien lo retrata como Trapner en su monumental e imprescindible Una danza para la música del tiempo. Su teatral sentido del atuendo –solía vestir un invariable traje muy ceñido de Savile Raw bajo su legendario abrigo de piel de oso, boquilla y gafas Ray-ban oscuras que no se quitaba ni en plena noche– fascinaba al pintor Lucien Freud, asimismo intrigado por ese brillante personaje, acreedor de una atormentada y muy disoluta doble vida.
NOAILLES, ANA DE. Poeta francesa de origen rumano, nacida Brancovan (1876-1933), amiga de Proust y de Cocteau, especialmente conocida como autora de los lacrimosos títulos El corazón innombrable y El honor de sufrir. Hoy poco leída, una de sus particularidades consistía en recibir a sus huéspedes tumbada, puede que obedeciendo a su pretensión de que “solo el placer físico conforta plenamente el alma”. Sus ocurrencias no tenían nada que envidiar a sus extravagancias. Una noche en que discutía con Cocteau y Mauriac sobre la existencia de Dios, puso fin a tan tediosa conversación con un tajante: “¡Ya está bien, si Dios existiera, habría sido la primera en enterarme!”.
SANDERS, GEORGE. Actor británico (1906-1972) de aristocrática ascendencia rusa, cuyo humor reseco y acidulado ejercía de pararrayos a sus sombríos destellos de tristura. El protagonista de El retrato de Dorian Gray y de El fantasma y la señora Muir, que estuvo casado –destacadamente– con la inverosímil Zsa Zsa Gabor, tiene aquí su correspondiente entrada sobre todo por haber escrito uno de los libros de memorias más bellos jamás publicados. Sus Memorias de un sinvergüenza profesional, que tradujo al francés Romain Slocombe y cuyo sabroso estilo trasluce un elegante desprecio por el género humano en su totalidad, son elogiadas por esnobs literarios que se saben de corrido secuencias enteras del texto, una de las cuales es forzosamente la que sigue: “No deja de ser una triste ironía de la existencia que debamos, no ganar dinero para pasar el tiempo, sino perder tiempo para ganar dinero. En 1972, George Sanders abrevió su poco satisfactoria existencia preparándose un cóctel fatal de Nembutal con vodka, que se bebió de una tacada en la habitación de un hotel de Castelldefels. Telón.
[Traducción de Wenceslao-Carlos Lozano]