y ahora escucha, lo más importante de la vida, y te hablo de corazón, es tomar decisiones. que resulten acertadas o equivocadas es -profundamente secundario- ser capaz de tomar decisiones, por encima de todo, tener ganas de tomarlas. y yo tomé la decisión de que viviría dos años de alegría, dos o tres. y pasado ese tiempo, si no acontecía algo excepcional, algo que me hiciese cambiar de opinión, me suicidaría, retornaría a ese viejo proyecto de suicidio. sin dramatismos ¿eh? ni dramatismos ni aspavientos
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que se te hace un nudo en la garganta y ya no puedes hablar, que es inútil, no puedes pronunciar palabra, y resulta angustioso, y ridículo, es tan ridículo que las emociones nos dominen hasta ese extremo. y por ejemplo, si tuviese el poder de cambiar algo de mí, y muchas veces me lo han preguntado, y supongo que a ti te lo habrán preguntado alguna vez ¿no? que te dicen –imagínate que vas caminando por un sendero y te encuentras un genio de repente, o un hada o alguien así, y te concede un deseo, y que puedes cambiar lo que quieras de ti ¿eh? lo que te apetezca, lo que menos te guste, y… ¿qué cambiarías?– y tú –pues… no sé…– y ellos –a ver ¿no te gustaría ser más alto, o más inteligente, o…?– ayudándote a evaluar o a inventariar las carencias más visibles, lo más acuciante. y yo no, de verdad, yo cambiaría mis emociones, es lo que cambiaría, y que cuando hable con los demás, no se me humedezcan los ojos, que no se me empañen como a un imbécil, y sobre todo que no se me hagan estos nudos en la garganta