En su espléndido libro póstumo, “El lenguaje de las células y otros viajes”, el zamorano (aunque nacido en Madrid) Nacho Gallego le pregunta a su cuerpo: “¿Cómo pudiste hacerme esto, viejo?”, refiriéndose con “esto” al cáncer que incubó, el cáncer que le originaría preguntas sobre su identidad, sobre el destino y la lógica celular y otras cuestiones. La enfermedad, aparte de esos planteamientos, supuso para él un viaje, “un viaje único, sin billete de vuelta”, un cambio de rumbo y de pensamiento. El libro acaba de ser publicado por Caballo de Troya, uno de los sellos de Mondadori. Antes de proseguir con los tres o cuatro apuntes sobre el contenido del libro, me gustaría contar una breve historia que me parece emotiva.
Comienza cuando, meses atrás, escudriñando el boletín de próximas novedades de Mondadori, topo con un libro que me llama la atención por varios motivos: en la biografía cuentan que el autor, Nacho Gallego González, pasó parte de su infancia y de su juventud en Zamora, ciudad en la que falleció en 2007; nació un año antes que yo; y el libro habla de viajes y enfermedades. Tres puntos en común: la ciudad, la generación y el interés literario por dos temas. Colgué en mi blog una nota. Y después recibí el emocionado e-mail de una amiga en la distancia, agradeciéndome haber sido el primero en mencionar el libro de su hijo. Yo no conocía ese vínculo y no había conocido a Nacho, y escribí la nota porque me guío siempre por el olfato. La misiva electrónica de su madre me estremeció: en ella confluían el azar, el destino y la ternura. No hará falta decir que aún me entraron más ganas de leer la obra.
“El lenguaje de las células y otros viajes” es una pieza única, insólita. En la primera parte el autor cuenta cómo su vida cambia a partir del diagnóstico. En la segunda habla de sus periplos por el mundo (Nueva York, Vietnam, Bangkok, Nueva Delhi…), sin mencionar jamás el cáncer, de tal modo que la propuesta es intemporal porque no sabemos si esos viajes suceden antes o después del diagnóstico. La primera me recuerda a ciertos pasajes de la vida de Andy Kaufman (véase “Man on the Moon”), pues Kaufman buscó métodos alternativos de curación en países remotos, poniéndose en manos de alquimistas y curanderos. El viaje de Nacho es, como él afirma, “un viaje terapéutico” que pueda limpiarle de las toxinas acumuladas y los daños ocasionados por las pastillas y la quimioterapia. Esta primera parte es dolorosa, me ha afectado profundamente su lectura, he sentido nudos en la garganta en muchos pasajes. La segunda parte nos alivia un poco y recorremos varios lugares del mundo sin sentir el peso de la enfermedad, lo que agradece la mirada: es como si el autor nos diera un respiro. En el último capítulo se retoma el tema del cáncer, cuando Nacho acude a un sanatorio de reglas estrictas entre las montañas, cerca de Kochi, en la India. En la mayoría de los capítulos, el autor cuenta su experiencia en tercera persona, como mirándose a sí mismo desde el exterior, como si fuera alguien ajeno que observa sus propios pasos. Con la enfermedad, ése es un recurso apropiado para el escritor, pues uno se encuentra extraño, como si no perteneciera a ese cuerpo traidor y desconocido. “El lenguaje de las células…” demuestra que Nacho Gallego era un escritor de altura, muy dotado para la descripción de paisajes y el análisis de esas emociones que transmiten el dolor y la pesadumbre sin caer en sentimentalismos. Es la obra de un escritor valiente. Ojalá pudiera darle la enhorabuena. Ojalá pudiera abrazarlo.
El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla
Comienza cuando, meses atrás, escudriñando el boletín de próximas novedades de Mondadori, topo con un libro que me llama la atención por varios motivos: en la biografía cuentan que el autor, Nacho Gallego González, pasó parte de su infancia y de su juventud en Zamora, ciudad en la que falleció en 2007; nació un año antes que yo; y el libro habla de viajes y enfermedades. Tres puntos en común: la ciudad, la generación y el interés literario por dos temas. Colgué en mi blog una nota. Y después recibí el emocionado e-mail de una amiga en la distancia, agradeciéndome haber sido el primero en mencionar el libro de su hijo. Yo no conocía ese vínculo y no había conocido a Nacho, y escribí la nota porque me guío siempre por el olfato. La misiva electrónica de su madre me estremeció: en ella confluían el azar, el destino y la ternura. No hará falta decir que aún me entraron más ganas de leer la obra.
“El lenguaje de las células y otros viajes” es una pieza única, insólita. En la primera parte el autor cuenta cómo su vida cambia a partir del diagnóstico. En la segunda habla de sus periplos por el mundo (Nueva York, Vietnam, Bangkok, Nueva Delhi…), sin mencionar jamás el cáncer, de tal modo que la propuesta es intemporal porque no sabemos si esos viajes suceden antes o después del diagnóstico. La primera me recuerda a ciertos pasajes de la vida de Andy Kaufman (véase “Man on the Moon”), pues Kaufman buscó métodos alternativos de curación en países remotos, poniéndose en manos de alquimistas y curanderos. El viaje de Nacho es, como él afirma, “un viaje terapéutico” que pueda limpiarle de las toxinas acumuladas y los daños ocasionados por las pastillas y la quimioterapia. Esta primera parte es dolorosa, me ha afectado profundamente su lectura, he sentido nudos en la garganta en muchos pasajes. La segunda parte nos alivia un poco y recorremos varios lugares del mundo sin sentir el peso de la enfermedad, lo que agradece la mirada: es como si el autor nos diera un respiro. En el último capítulo se retoma el tema del cáncer, cuando Nacho acude a un sanatorio de reglas estrictas entre las montañas, cerca de Kochi, en la India. En la mayoría de los capítulos, el autor cuenta su experiencia en tercera persona, como mirándose a sí mismo desde el exterior, como si fuera alguien ajeno que observa sus propios pasos. Con la enfermedad, ése es un recurso apropiado para el escritor, pues uno se encuentra extraño, como si no perteneciera a ese cuerpo traidor y desconocido. “El lenguaje de las células…” demuestra que Nacho Gallego era un escritor de altura, muy dotado para la descripción de paisajes y el análisis de esas emociones que transmiten el dolor y la pesadumbre sin caer en sentimentalismos. Es la obra de un escritor valiente. Ojalá pudiera darle la enhorabuena. Ojalá pudiera abrazarlo.
El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla