En Blackie Books están editando una Biblioteca Richard Brautigan, algo que a muchos nos consuela porque sus obras en Anagrama no son fáciles de encontrar. De hecho, antes de La pesca de la trucha en América yo sólo tenía Una mujer infortunada, que publicó Debate. A mí La pesca… me gustó, me divirtió, me pareció una rareza. Pero confieso habérmelo pasado mejor con Un general confederado de Big Sur. Si en La pesca… utilizaba un humor surrealista, aquí utiliza un humor absurdo, como si el Woody Allen de las primeras comedias se hubiera cogido un colocón.
Lo compré sólo por ser de Brautigan y, al principio, me dije: “No me apetece leer una historia sobre confederados y batallitas, pero seguro que Brautigan me sorprende”. Y así ha sido: me sorprendió. Las historias de confederados y de generales y de batallitas abarcan una o dos páginas. Luego el narrador se desborda por una maravillosa locura: las desventuras de dos pillos (Jesse, el narrador, y Lee Mellon, el presunto descendiente de un general del Ejército Confederado del Sur), entre borracheras, ligues de una noche y disparatados viajes. Benicio del Toro planea hacer una película sobre esta novela que me ha hecho reír, una novela alocada que demuestra que Brautigan tenía una pitera tremenda, una pitera por la que le salían flujos de locura y libros únicos. Procura no perdértela.
-¿Cuándo decidiste entrar en un convento? –pregunté.
-Cuando tenía seis años –respondió.
-Yo decidí ser pastor a los cinco –dije.
-Yo decidí ser monja a los cuatro.
-Yo decidí ser pastor a los tres.
-Qué bien. Yo decidí ser monja a los dos.
-Yo decidí ser pastor cuando tenía un año.
-Yo decidí ser monja el día en que nací. Ese mismo día. Siempre conviene empezar la vida con buen pie –dijo orgullosa.
-Bueno, yo no estaba allí cuando nací, de modo que no pude tomar esa decisión. Mi madre estaba en Bombay. Yo estaba en Salinas. Creo que eres muy injusta –dije humildemente.
[Traducción de Damià Alou]