jueves, noviembre 11, 2010

Rastros familiares

Recuperar la memoria familiar es un trabajo tan duro como otro cualquiera, y además nadie te paga por ello. No estoy buscando mis raíces, no me refiero a mí. Pero hay otros que sí lo hacen. Se dedican a ello en sus ratos libres. Hacía tiempo que no iba al dentista. Por su sillón, tarde o temprano, todos pasamos: las bocas, igual que el resto del cuerpo, se deterioran por muchos cuidados que uno tenga. El dentista al que acudo en Madrid es pariente mío y nació en Zamora. Nunca sé a ciencia cierta qué grado de parentesco nos une. Tampoco lo pregunto. Siempre he creído que era un primo lejano. Cuando entro, y mientras él despliega los aparatos necesarios en la bandeja, empezamos a hablar de nuestros parientes. Entonces me cuenta que anda enfrascado en reconstruir el árbol genealógico de la familia. Gracias a un programa llamado “Family Tree”, que no conozco, es más sencillo disponer las ramas y organizar los vínculos. Me pide alguna fotografía antigua para añadirla a la colección y prometo buscar las tres o cuatro que guardo en mis archivos y enviárselas. Al salir de la consulta me dice que espere, y me trae un cd donde ha grabado el árbol, aún a medio reconstruir porque le faltan algunos flecos. En casa, lo abro y lo miro. La intrincada red de vínculos es fascinante y entonces veo mi nombre por allí. También encuentro una fotografía de mi abuelo paterno, cuando era joven y parecía una estrella, con el pelo hacia atrás, en bucles, y un bigotillo a lo Clark Gable. El árbol me servirá para averiguar cosas que desconozco, links familiares y datos que ignoraba. Pocas cosas tan loables en una familia como que uno de ellos haga la labor de detective de la sangre y de los lazos.
Es más sencillo cuando la historia te es dada. Tras la visita al dentista tropiezo con un artículo de Nick Tosches cuya traducción publicó Página/12. A Tosches la historia no le vino dada. En ese texto, titulado “Al final del arco iris”, el autor nos cuenta que vio una de las fotos que Windows incluye entre los fondos de escritorio (búsquenla en las “Propiedades de pantalla” de su pc), una imagen bucólica conocida como “Otoño”, y no cejó en sus investigaciones hasta saber quién la había hecho y qué rincón del planeta inmortalizaba dicha imagen. Tosches hizo de detective, aunque sus pesquisas no guardaran relación con la memoria familiar.
Dos días después de leer dicha historia, encuentro otra que me atañe. En el Muro de Facebook de uno de mis primos de Zamora veo que acaba de colgar una foto en blanco y negro. Una estampa magnífica en la que aparecen el Puente de Piedra, el río Duero, una barca en el agua y una mujer en la orilla, como si estuviera lavando la ropa. La imagen tiene cierta bruma que no sé si es un efecto de la foto o si, aquel día en que fue tomada, esa niebla zamorana que tanto me gusta emboscaba la ciudad. Mi primo añade un comentario. Dice que la foto fue tomada por el fotógrafo Quintas en los años 40, y que la lavandera que puede verse es nuestra abuela materna, y que posteriormente el fotógrafo pidió permiso a mis abuelos para reproducirla en un calendario, y que ni ellos sabían de la existencia de esa imagen. Vuelvo a estremecerme al ver el perfil griego de mi abuela materna en esa postal, como me estremecí al redescubrir la juventud de mi abuelo paterno en el árbol genealógico. Ni siquiera tengo que desgastarme en agotadoras búsquedas, como Nick Tosches. Las historias me son dadas. Y me estremezco tratando de imaginar sus manos frías sumergidas en las heladas aguas del Duero, en una época de miseria y hambruna. Bendita memoria familiar.


El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla