Pensaba titular este artículo “La dictadura de lo políticamente correcto”. Pero quiso la casualidad que, leyendo la prensa, tropezara con un recuadro de Antonio Burgos que atrajo mi atención y me pareció acertado en casi todo. Un inciso, antes de recibir pedradas: con A. B. nunca estoy de acuerdo, salvo en nuestra común devoción por los gatos. Sigamos. En dicho texto, el columnista hablaba de uno de los peligros en los que la sociedad, poco a poco, nos va envolviendo sin que la ciudadanía lo advierta (o no quiera advertirlo), esto es, “la dictadura de lo políticamente correcto”, justo el título que a mí me rondó por la cabeza, y terminaba su exposición con el comentario de una noticia respecto a esa aberrante ley aprobada por la Comisión de Igualdad del Congreso que atañe a los colegiales. Cito un titular de La Vanguardia: “El Congreso pide acabar con los juegos sexistas en los patios de colegio”. Con ello pretende elaborar protocolos “que se implanten y desarrollen en los espacios de juego reglado y no reglado en los colegios públicos y concertados de Educación Primaria”.
Como me niego a caer en el cepo de la corrección política, lo diré a las claras: al final se acabará embruteciendo a las niñas y amariconando a los niños. Y lo peor ya no es que se les impongan unas reglas de juego, sino que los políticos quieran meterse en el único reducto de libertad que le queda al estudiante a esas edades: el recreo, donde puede dar rienda a su fantasía y forjarse sin la vigilancia de los maestros. Un diputado socialista quiso aclararlo: “Se trata de desterrar de los patios de los colegios actitudes que mantienen los roles machistas, como que las niñas no puedan jugar al fútbol o los niños a la comba”. Para empezar, esto es una burda patraña, un topicazo. Primero, porque la propia muchachada crea sus propias reglas y nadie debería meterse. Segundo, porque en mi infancia vi jugar a las niñas al fútbol y también vi jugar a los niños a la comba. Y no había problemas, era cuestión de elecciones y de apetencias. Sólo falta que obliguen a los críos a jugar con la Barbie y a las crías a boxear en el patio. Al tiempo… La igualdad jamás podrá conseguirse con reglas tan estúpidas; y más si el niño, que ha jugado a la comba aunque hubiera preferido el balón, vuelve a casa y se encuentra a un padre tarugo que se rasca los huevos mientras su mujer, que también trabaja fuera de casa, está de esclava en la cocina. Esto es lo que hay que desterrar, y no los juegos de los chavales: ellos saben lo que les pide el instinto.
Por otro lado, es curioso cómo funciona en la actualidad, y en numerosos casos, el lavado de cerebro de la ciudadanía. Y aquí, ojo, cabe hablar tanto de izquierdas como de derechas, pues ambas lo practican. El político señala con su dedo una cuestión y cuenta con la complicidad de los medios de su cuerda, y estos se ocupan de extractar el titular que impacte y cuya lectura promueva la rebelión ciudadana (hablo de opinión, no de salir a la calle a quemar coches), y ese titular sólo contará parte de la verdad, o la verdad disfrazada, y de ese modo se podrá calumniar y desprestigiar a este o a aquel, sea político o intelectual. Y la mitad de los ciudadanos se tragará esa noticia sin buscar las causas, sin acudir a las fuentes, sin plantearse preguntas, sin ir más allá del mero titular, sin indagar si lo que les están vendiendo es totalmente cierto. Y llegará un momento, no muy lejano, en que estemos tan vigilados como Winston en “1984”; el delito será de otra índole, pero el resultado será el mismo: si uno no cumple (con lo políticamente correcto, en este caso), será el proscrito de la sociedad. No dejan vivir a uno.
El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla
Como me niego a caer en el cepo de la corrección política, lo diré a las claras: al final se acabará embruteciendo a las niñas y amariconando a los niños. Y lo peor ya no es que se les impongan unas reglas de juego, sino que los políticos quieran meterse en el único reducto de libertad que le queda al estudiante a esas edades: el recreo, donde puede dar rienda a su fantasía y forjarse sin la vigilancia de los maestros. Un diputado socialista quiso aclararlo: “Se trata de desterrar de los patios de los colegios actitudes que mantienen los roles machistas, como que las niñas no puedan jugar al fútbol o los niños a la comba”. Para empezar, esto es una burda patraña, un topicazo. Primero, porque la propia muchachada crea sus propias reglas y nadie debería meterse. Segundo, porque en mi infancia vi jugar a las niñas al fútbol y también vi jugar a los niños a la comba. Y no había problemas, era cuestión de elecciones y de apetencias. Sólo falta que obliguen a los críos a jugar con la Barbie y a las crías a boxear en el patio. Al tiempo… La igualdad jamás podrá conseguirse con reglas tan estúpidas; y más si el niño, que ha jugado a la comba aunque hubiera preferido el balón, vuelve a casa y se encuentra a un padre tarugo que se rasca los huevos mientras su mujer, que también trabaja fuera de casa, está de esclava en la cocina. Esto es lo que hay que desterrar, y no los juegos de los chavales: ellos saben lo que les pide el instinto.
Por otro lado, es curioso cómo funciona en la actualidad, y en numerosos casos, el lavado de cerebro de la ciudadanía. Y aquí, ojo, cabe hablar tanto de izquierdas como de derechas, pues ambas lo practican. El político señala con su dedo una cuestión y cuenta con la complicidad de los medios de su cuerda, y estos se ocupan de extractar el titular que impacte y cuya lectura promueva la rebelión ciudadana (hablo de opinión, no de salir a la calle a quemar coches), y ese titular sólo contará parte de la verdad, o la verdad disfrazada, y de ese modo se podrá calumniar y desprestigiar a este o a aquel, sea político o intelectual. Y la mitad de los ciudadanos se tragará esa noticia sin buscar las causas, sin acudir a las fuentes, sin plantearse preguntas, sin ir más allá del mero titular, sin indagar si lo que les están vendiendo es totalmente cierto. Y llegará un momento, no muy lejano, en que estemos tan vigilados como Winston en “1984”; el delito será de otra índole, pero el resultado será el mismo: si uno no cumple (con lo políticamente correcto, en este caso), será el proscrito de la sociedad. No dejan vivir a uno.
El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla