martes, octubre 12, 2010

El abismo, de Leonid Andreiev


Se compilan en este volumen 9 cuentos sobre violaciones, resucitados, suicidas y ladrones, escritos hace un siglo por Leonid Andreiev, de los cuales los más impactantes me parecen el primero y el último. En el último, “Los cornudos”, en una isla se celebra cada año un desfile en que aquellos maridos que creen que sus mujeres les son infieles, se colocan unos cuernos y se juntan en procesión. Lo retorcido del caso es que eso constituye más burla para ellas, para las infieles, que para los propios cornudos. El primero, “Lázaro”, cuenta la historia de éste desde el momento en que sale de la tumba, llevando entonces una vida hueca, vacía, de zombie. Lázaro aterroriza y mata por dentro a aquellos a quienes mira a los ojos, y de este memorable relato cuelgo un fragmento:

La novedad en el rostro de Lázaro y en sus movimientos se interpretó, naturalmente, como huellas de la grave enfermedad y de la conmoción sufrida. Por lo visto, la labor destructora de la muerte sobre el cadáver había sido simplemente detenida por un poder prodigioso, pero no suprimida del todo; y lo que la muerte ya había tenido tiempo de hacer en la cara y el cuerpo de Lázaro era como el dibujo inacabado de un pintor bajo un cristal fino. En las sienes de Lázaro, debajo de los ojos y en los hoyuelos de las mejillas; de igual azul terroso eran los dedos largos de las manos, y en las uñas, que habían crecido en la tumba, el azul se volvió purpúreo y oscuro. Por algunas partes de los labios y del cuerpo la piel se había rajado, al haberse inflado en la tumba, y en esos lugares quedaron unas finas grietas rojizas que relucían como si estuvieran cubiertas de mica transparente. Y se había vuelto gordinflón. El cuerpo hinchado en la tumba conservó esas dimensiones colosales, bultos horrorosos a través de los que se percibía la humedad hedionda de la descomposición. Pero el olor penoso, a cadáver, que impregnaba la ropa mortuoria de Lázaro, y parece que también su cuerpo, pronto desapareció del todo, y después de cierto tiempo se atenuó el azul de las manos y de la cara, y se alisaron las grietas rojizas de la piel, aunque nunca desaparecieron del todo. Con ese rostro apareció ante la gente en su segunda vida; pero a aquellos que le habían visto sepultado les pareció natural.


[Traducción de Marta Sánchez-Nieves]