Una de las primeras novelas de Don DeLillo, en la que ya demuestra algunas de las señas de identidad de su literatura: interés por el terrorismo como parte de la trama, una prosa enigmática, un lenguaje que requiere esfuerzo adicional del lector, etcétera. Aquí, una pareja que empieza a aburrirse llega a un punto en que sus intereses pueden cambiar y los giros tal vez den un sentido a su vida: a Lyle le atrae la telaraña de poderes y estructuras que sustentan el terrorismo desde que encuentra a una mujer que conoce a uno de ellos; Pammy prefiere hacer un viaje con dos amigos homosexuales y liberarse mediante esa especie de fuga al bosque. Un interesante trozo sobre los moteles:
Se pregunta por la tendencia, tan propia de los moteles, de volver las cosas hacia el interior. Son una invención peculiar, poderosamente abstracta. Parecen ser la idea de algo, estar aún a la espera de hallar plena expresión en una forma concreta. Le entran ganas de preguntar si no hay algo más. ¿Qué hay detrás? Ha de ser el viajero, el automovilista, el que se detiene, quien da cuerpo a ese concepto. Una interioridad en espiral, cada vez más profunda. Racionalidad, análisis, comprensión de uno mismo. Dedica un instante a imaginar que este inmenso sistema de habitaciones casi idénticas, repartido por el mundo entero, se ha creado así para que las personas dispongan de un lugar donde asustarse con cierta regularidad. Las cáscaras de nuestras variadas búsquedas. Algún lugar donde asumir nuestros temores.
[Traducción de Miguel Martínez-Lage]