Releo este libro 17 años después, ahora en nueva traducción y con el estilo exquisito de Libros del Asteroide. Las narraciones contenidas en El río de la vida embrujan, nos absorben del mismo modo que a uno le hechiza contemplar el curso del agua de un río salvaje. No podemos apartar la mirada de la corriente y tampoco podemos apartar los ojos del libro de Maclean, que ahora cuenta con un prólogo de Gabriel Insausti. El autor nos cuenta tres historias que podríamos calificar de relatos largos o de novelas cortas, y lo hace en orden inverso al tiempo:
“El río de la vida” fue el material de base para la película homónima de Robert Redford. Tengo un grato recuerdo de ella, pero el relato es distinto, se centra más en la armonía del hombre con las aguas y en la relación del narrador con su familia. De cómo un pescador puede entrar en comunión con la naturaleza. Aparte de la fluidez de su prosa, admiro de esta novela su capacidad natural para hablarnos de las relaciones entre dos hermanos varones (y conozco bien el paño): la manera en que a veces se comunican sin palabras, sus esfuerzos vanos por ayudarse, su cariño mutuo que no necesita de declaraciones. Se ambienta en 1937, cuando Maclean y su hermano ya son dos hombres hechos y derechos y vuelven a pescar juntos por última vez. Para ellos, la pesca con mosca (artificial) es un arte y una religión.
“Leñadores, proxenetas y «Tu camarada, Jim»” sucede antes, en 1927, y aquí Norman Maclean trabaja durante el verano como leñador. Es un relato de aprendizaje sobre su relación con Jim, uno de los tipos que trabaja en los bosques junto a él.
“Servicio Forestal de Estados Unidos, 1919: El guardabosque, el cocinero y un agujero en el cielo” retrocede aún más en el tiempo para contarnos su etapa como vigía forestal cuando aún no había cumplido 18 años. Un relato de partidas de cartas, peleas a puñetazos y caminatas por el bosque que recuerda a algunos pasajes de Jack London.
De las tres, me quedo con la primera: el curso del río actúa de metáfora de la vida y sólo en ella Maclean habla de la familia y, por tanto, se implica y nos implica emocionalmente, como en este pasaje en el que Norman y su padre ya han completado su cupo de pesca y aguardan a que Paul, el hermano, termine:
-¿Qué estabas leyendo? –pregunté.
-Un libro –dijo él. Lo tenía en el suelo, al otro lado. Para que yo no me molestara en mirar por encima de sus rodillas para verlo, añadió–: Un buen libro. –Un poco después me dijo–: En el fragmento que estaba leyendo dice que al principio fue la Palabra, y así es. Yo antes pensaba que lo primero fue el agua, pero si escuchas con atención oirás que las palabras están debajo del agua.
-Eso es porque primero eres predicador y después pescador –le dije–. Si se lo preguntas a Paul, te dirá que las palabras están formadas de agua.
-No –replicó mi padre–. No escuchas con atención. El agua fluye sobre las palabras. Paul te dirá lo mismo. A propósito, ¿dónde está?
[Traducción de Luis Murillo Fort]