Aún no he llegado a saber cómo asimila un extranjero las humillaciones cotidianas, los actos de hostilidad y odio, pero sí sé ya lo que tiene que soportar y hasta qué extremos puede llegar en este país el desprecio humano. Entre nosotros, en nuestra democracia, se da una parcela de apartheid. Mis vivencias han superado, en un sentido negativo, todas mis expectativas. En plena República Federal he vivido situaciones que, de hecho, sólo se hallan descritas, por lo general, en los libros de historia del siglo XIX.
Cuanto más asqueroso y agotador era el trabajo, cuanto más exigía la puesta en juego de mis últimas reservas, tanto mayor fue el desprecio y la humillación que sentí: es algo que no sólo me ha hecho daño sino que, incluso psíquicamente, me ha conformado de modo distinto.
[Traducción de Pablo Sorozábal]