En la fotografía sonríes.
Recuerdo aquel día.
Llevabas los pendientes que te había regalado unos días antes. Un año después. Después de que todo empezara: las conversaciones absurdas (sólo un poco más, más tiempo), los roces accidentales (los dos queríamos pero ninguno se atrevía), las miradas cómplices (tus ojos y mis ojos y, alrededor, nada). Luego, los cafés, los restaurantes, los cines, los parques. Ciento setenta centímetros cuadrados de sábanas y piel. Otoño, Invierno, Primavera y un Verano moribundo.
Una sonrisa bajo unos ojos líquidos.
Recuerdo aquel día.
Hacía calor y tú bebías un granizado de limón. Yo te miraba y tú mirabas a algún punto indeterminado entre mi espalda y el infinito. Yo te hablaba y tú sorbías el hielo de neón que subía por la pajita hasta tu boca entreabierta y silenciosa. Yo deseaba que el tiempo se detuviera y tú mirabas el reloj (luego al infinito y otra vez al reloj). Los vasos, el cenicero, el servilletero, el mundo entero parecía derrumbarse por el movimiento nervioso, espasmódico de tu pierna bajo la mesa.
Una sonrisa bajo el pelo anárquico.
Recuerdo aquel día.
Porque cuando por fin me miraste, fue para dejarme ciego. Porque cuando por fin hablaste, yo quedé mudo. Y el tiempo se detuvo. Y tú te fuiste. Tan lentamente que aún no te has ido.
En la fotografía sonríes.
Javier Yohn Planells (Inédito)
Recuerdo aquel día.
Llevabas los pendientes que te había regalado unos días antes. Un año después. Después de que todo empezara: las conversaciones absurdas (sólo un poco más, más tiempo), los roces accidentales (los dos queríamos pero ninguno se atrevía), las miradas cómplices (tus ojos y mis ojos y, alrededor, nada). Luego, los cafés, los restaurantes, los cines, los parques. Ciento setenta centímetros cuadrados de sábanas y piel. Otoño, Invierno, Primavera y un Verano moribundo.
Una sonrisa bajo unos ojos líquidos.
Recuerdo aquel día.
Hacía calor y tú bebías un granizado de limón. Yo te miraba y tú mirabas a algún punto indeterminado entre mi espalda y el infinito. Yo te hablaba y tú sorbías el hielo de neón que subía por la pajita hasta tu boca entreabierta y silenciosa. Yo deseaba que el tiempo se detuviera y tú mirabas el reloj (luego al infinito y otra vez al reloj). Los vasos, el cenicero, el servilletero, el mundo entero parecía derrumbarse por el movimiento nervioso, espasmódico de tu pierna bajo la mesa.
Una sonrisa bajo el pelo anárquico.
Recuerdo aquel día.
Porque cuando por fin me miraste, fue para dejarme ciego. Porque cuando por fin hablaste, yo quedé mudo. Y el tiempo se detuvo. Y tú te fuiste. Tan lentamente que aún no te has ido.
En la fotografía sonríes.
Javier Yohn Planells (Inédito)