Tercer volumen de las fascinantes historias, propias y ajenas, que Varlam Shalámov relata con su prosa directa y contundente: la vida en los campos de trabajo y en los calabozos de castigo de Kolimá. Shalámov era incapaz de vender su alma, como llega a decir al final de uno de estos relatos. Así mantuvo a salvo su dignidad, a pesar de las palizas, la nieve, el frío, el hambre, el hielo, la reclusión y el trabajo duro. En estas historias reales nos cuenta cómo iban a cortar leña entre la nieve, cómo los condenados detestaban ir a los baños a limpiarse y librarse de los piojos (porque aquello suponía largas horas de espera, y más frío, y lavarse con palanganas de agua caliente a la que habían echado trozos de hielo, entre otros inconvenientes), cómo algunos hombres intentaban fugas imposibles, cómo a algunos fugitivos se les congelaban las manos y los pies y los cirujanos se los amputaban de vuelta a los barracones, cómo el hambre empujaba a algunos individuos al canibalismo, cómo las mujeres de los presos eran violadas… Hay que comprar y leer estos volúmenes. No hay excusa. Y aún faltan tres tomos más para que sigamos deleitándonos y sufriendo con Shalámov. Un trozo:
Hay dos escuelas de instructores. La primera es de la opinión de que al arrestado hay que aturdirlo, darle en la frente sin mayor dilación. Esta escuela construye su éxito sobre la base de un rápido ataque psicológico, mazazo que le permite forzar e inhibir la voluntad del detenido antes de que este recobre el equilibrio, antes de que se haga cargo de la situación y reúna las suficientes fuerzas de espíritu. Los interrogatorios de los instructores de esta escuela empiezan la misma noche del arresto. La segunda escuela cree que la permanencia en la celda no hace más que torturar, debilitar la voluntad del detenido ante cualquier resistencia. Cuanto más tiempo pase el detenido encausado antes de encontrarse con su instructor, más ventajoso resultará para este. El arrestado se prepara para el interrogatorio, el primer interrogatorio de su vida, y pone en tensión todas sus fuerzas. Pero el interrogatorio no llega. No llega en una semana, en un mes, en dos. Todo el trabajo de destruir psíquicamente al arrestado lo hace, en vez del instructor, la propia celda.
[Traducción de Ricardo San Vicente]
Hay dos escuelas de instructores. La primera es de la opinión de que al arrestado hay que aturdirlo, darle en la frente sin mayor dilación. Esta escuela construye su éxito sobre la base de un rápido ataque psicológico, mazazo que le permite forzar e inhibir la voluntad del detenido antes de que este recobre el equilibrio, antes de que se haga cargo de la situación y reúna las suficientes fuerzas de espíritu. Los interrogatorios de los instructores de esta escuela empiezan la misma noche del arresto. La segunda escuela cree que la permanencia en la celda no hace más que torturar, debilitar la voluntad del detenido ante cualquier resistencia. Cuanto más tiempo pase el detenido encausado antes de encontrarse con su instructor, más ventajoso resultará para este. El arrestado se prepara para el interrogatorio, el primer interrogatorio de su vida, y pone en tensión todas sus fuerzas. Pero el interrogatorio no llega. No llega en una semana, en un mes, en dos. Todo el trabajo de destruir psíquicamente al arrestado lo hace, en vez del instructor, la propia celda.
[Traducción de Ricardo San Vicente]