Se acuerdan de mí,
a veces suena el teléfono
mientras estoy en la ducha.
En ocasiones me llaman para cenar
cuando estoy a punto de concluir un libro.
Si no fuera el lunes a trabajar
mi jefe correría alarmado paredes arriba,
¿sabéis qué ha pasado con Marta?
¿Estará enferma?
¿Le habrá tocado la Bonoloto?
También mis amigos viajan y me traen recuerdos,
o exclaman divertidos que les vine a la memoria
cuando vieron o escucharon algo.
Me envían achuchones, pellizcos, besos en la boca,
fotografías desde el extranjero.
Un hombre me dice frases ininteligibles desde una furgoneta,
tú me comentas los poemas.
Pero últimamente me miro al espejo y pienso
que ojalá nunca llegue un día donde no me llamen,
porque existiré sin existir,
que es lo mismo que no hacerlo,
y aunque la juventud se haya ido,
aunque mis mohínes ya no tengan gracia,
y carezca de lugar donde caerme muerta,
que me llamen,
que me llamen,
que me llamen.
Marta Bohemia, de su blog Poesía que no es cursi
Hace 21 horas