El que jamás reniega de sus convicciones
hoy se ha tenido que ausentar.
Desde su sofoco presume que la razón
se tuerce casi siempre en su brazo vendado,
da los buenos días sin querer
o se tira al vacío.
Yo le meso el cabello, le abro la correspondencia
con el cuchillo de herir, amparo su desorden
cuando llega ebrio a las cuatro.
Tampoco él me soporta.
El que ocupa mi lugar en mi lugar, ese otro
que me aturde a diario con sus sensaciones
ácidas, el envejecido adolescente que no acierta
a discernir lo que yo tanto deploro.
El que se cansa de vivir en mi silla
como si no cupiese allí,
como si no estuviese.
Luis Miguel Rabanal, Fantasía del cuerpo postrado
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