lunes, mayo 17, 2010

Indigno de ser humano, de Osamu Dazai



Esta novela fue un éxito en su tiempo, a finales de los 40 y principios de los 50, y continúa siéndolo. El otro día di unas pinceladas biográficas sobre el autor. Hoy toca hablar del libro. Está dividido en tres cuadernos de anotaciones, más un epílogo y un texto inicial. En ese texto ya advertimos los paralelismos entre lo que nos van a contar y cómo es la persona que nos lo va a contar: tres fotografías que muestran a un niño y luego a un hombre frío, en tres estados de tiempo que se corresponden con los tres cuadernos. En esos cuadernos, el narrador, Yozo, nos desvela su infancia y su declive: sus estudios, su afición al alcohol y al tabaco y a las mujeres, sus intentos de suicidio, y cómo se convierte en un dibujante que acaba dependiendo, en las páginas finales, de la morfina que le ayuda a trabajar y a apartarse del alcohol. Osamu Dazai escribe la historia con esa prosa característica de los japoneses: sutil y comedida, parece contarle algo amable y delicado al lector aunque en realidad esté hablando de putas y de borracheras y de sentimientos de aversión al mundo. Esa cualidad sólo recuerdo haberla visto en los japoneses, que además no suelen emplear tacos. El retrato del protagonista es fabuloso: un hombre que desprecia al ser humano y él mismo no cree estar a la altura de los seres humanos. “Dejé por completo de ser una persona”, llega a decir. Y ésta es una muestra del pensamiento nihilista de Yozo:

La sociedad. Para entonces hasta yo estaba empezando a tener una ligera idea de qué se trataba. O sea, una lucha entre individuos. Y una lucha que el ganarla lo supone todo. El ser humano no obedece a nadie. Hasta los esclavos llevan a cabo entre ellos mismos sus venganzas mezquinas. Los seres humanos no pueden relacionarse más allá de la rivalidad entre ganar y perder. A pesar de que colocan a sus esfuerzos etiquetas con nombres grandilocuentes, al final su objetivo es exclusivamente individual y, una vez logrado, de nuevo sólo queda el individuo. La incomprensibilidad de la sociedad es la del individuo. Y el océano no es la sociedad sino los individuos que la forman. Y yo, que vivía atemorizado por el océano llamado “sociedad”, logré liberarme de ese miedo. Aprendí a actuar de una forma descarada, olvidándome de mis interminables preocupaciones, respondiendo a las necesidades inmediatas.


[Traducción de Montse Watkins]