martes, abril 13, 2010

Relatos autobiográficos (1), de Thomas Bernhard



La época de aprender y estudiar es, principalmente, una época de pensar en el suicidio, y quien lo niega, lo ha olvidado todo.

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Porque todo lo que hay en mí está a merced de esa ciudad que es mi origen.

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Quien está a favor del deporte tiene a las masas de su lado, quien está a favor de la cultura, las tiene en contra, decía mi abuelo, y por eso todos los gobiernos están siempre a favor del deporte y en contra de la cultura.

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Los jueces no conocían lo que yo conocía, y tampoco se molestaban en examinar a fondo el destino de un hombre, trataban lo mismo un asunto que otro, se atenían a los papeles y a los llamados hechos irrefutables y sentenciaban sin conocer al sentenciado y sin conocer su historia y sin conocer a la sociedad que lo había convertido en el criminal como el que quedaba marcado ante los tribunales.

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El artista, especialmente el escritor, le había oído decir, tenía claramente obligación de ir de cuando en cuando a un hospital, igual daba que ese hospital fuera efectivamente un hospital o una cárcel o un monasterio. Era un requisito indispensable. El artista, especialmente el escritor, que no iba de cuando en cuando a un hospital, es decir, que no iba a uno de esos círculos decisivos para la vida y necesarios para la existencia, se perdía con el tiempo en la insignificancia, porque se extraviaba en la superficialidad.

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Morimos a partir del instante en que nacemos, pero sólo decimos que morimos cuando hemos llegado al final de ese proceso, y a veces ese final se prolonga aún un tiempo horriblemente largo. Calificamos de morir la fase final del proceso de ir muriendo durante toda nuestra vida. Al fin y al cabo, nos negamos a saldar nuestra cuenta cuando queremos esquivar el morir. Cuando contemplamos la cuenta que un día nos presentan, pensamos en el suicidio y al mismo tiempo buscamos refugio en pensamientos totalmente innobles y bajos. Olvidamos que lo que a nosotros se refiere es un juego de azar, y terminamos por ello amargados. Sólo nos queda abierta al final la falta de esperanza. El resultado es la habitación de morir, en la que se muere, definitivamente. Todo ha sido sólo un engaño. Toda nuestra vida, si lo pensamos bien, no ha sido más que un calendario de festejos usado y, finalmente, de hojas totalmente arrancadas.