Este segundo volumen también constituye un impresionante documento, sobre todo visual, ya que algunos capítulos consisten sólo en recopilaciones de fotos en las que algunas estrellas no salen muy bien paradas. A Anger, en este tomo, se le nota cierta mala leche, algo que a mi entender disimulaba un poco más en el primer libro. Basta con ver el capítulo destinado a Liz Taylor, con el par de imágenes que muestran sus cambios físicos y algunos pies de foto que hablan de su relación con la comida… Pese a esos, para mí, deslices, el libro merece la pena y se devora. K. A. nos ofrece historias nuevas y también amplía con más datos y fotografías algunos de los casos ya contados en el título anterior. Aquí podemos ver a Bela Lugosi en su ataúd, a Greta Garbo en top less, a Lawrence Tierney con la cara destrozada tras una pelea. Podemos ver las fotos del cadáver de Elizabeth Short, en quien se basó James Ellroy para La dalia negra: y ya aviso que son dos fotos muy difíciles de digerir pues cortaron su cuerpo en pedazos. Historias negras, escabrosas, que nos muestran cómo varían las vidas de las estrellas de Hollywood: hoy están en lo más alto de la cima, protagonizando películas de éxito y ganando millones y unos días después están mendigando en la calle o vendiendo perritos calientes en un puesto ambulante porque ya no les dan un papel, y acaban suicidándose o muriendo solas en un banco, sin nadie que les cierre los ojos. Os dejo con un fragmento sobre uno de los más grandes mitos de la historia: James Dean.
Escondía el dinero en el colchón y dormía en el suelo en casa de sus conocidos; olvidaba los ensayos y se pasaba la noche en blanco antes de los rodajes. Poco antes de morir le costaba memorizar los diálogos. Confundía los diálogos y fumaba marihuana en el plató. Los pocos periodistas que consiguieron entrevistarlo salieron consternados. El actor balbuceaba irrelevancias, o bien permanecía mudo e inmóvil, mirando al visitante sin siquiera parpadear.
La víspera del accidente había asistido a una fiesta gay en Malibú, que terminó a gritos con un ex amante que lo acusaba de salir con mujeres sólo para complacer a la prensa. El 30 de septiembre de 1955 puso su Porsche plateado a 150 kilómetros por hora en la autopista 41 que pasa por Chalone, cerca de Paso Robles. Aceleraba rumbo a una carrera de coches que tenía lugar en Salinas cuando se estrelló contra otro coche. Triturado como por una apisonadora, ingresó muerto en el hospital de Paso Robles.
[Traducción de Marcelo Cohen]
Escondía el dinero en el colchón y dormía en el suelo en casa de sus conocidos; olvidaba los ensayos y se pasaba la noche en blanco antes de los rodajes. Poco antes de morir le costaba memorizar los diálogos. Confundía los diálogos y fumaba marihuana en el plató. Los pocos periodistas que consiguieron entrevistarlo salieron consternados. El actor balbuceaba irrelevancias, o bien permanecía mudo e inmóvil, mirando al visitante sin siquiera parpadear.
La víspera del accidente había asistido a una fiesta gay en Malibú, que terminó a gritos con un ex amante que lo acusaba de salir con mujeres sólo para complacer a la prensa. El 30 de septiembre de 1955 puso su Porsche plateado a 150 kilómetros por hora en la autopista 41 que pasa por Chalone, cerca de Paso Robles. Aceleraba rumbo a una carrera de coches que tenía lugar en Salinas cuando se estrelló contra otro coche. Triturado como por una apisonadora, ingresó muerto en el hospital de Paso Robles.
[Traducción de Marcelo Cohen]