Jack Kerouac compuso el borrador de On the Road en tan sólo 20 días de escritura frenética y desbocada. Sólo por eso debería estimular los respetos de cualquier escritor. En esta nueva traducción, antes En el camino, ahora En la carretera, Anagrama presenta el texto con más fuerza aún que antes: porque no hay cortes, porque los nombres originales no están encubiertos, porque está tal y como Kerouac lo escribió, antes de ceñirse a las exigencias editoriales.
En esta famosa novela, Jack Kerouac y Neal Cassady, junto a otros amigos, se convierten en dos héroes épicos de la carretera, recorriendo Estados Unidos en varios y alocados viajes. Kerouac y Cassady quisieron desafiar al tiempo y sabían que la única manera era moviéndose sin parar, empapándose de experiencias y de hombres y de mujeres y de encuentros. Porque el tiempo, cuando se aprovecha y uno hace tantas cosas al día, parece como si se detuviera. Es una especie de biblia del aventurero y del caminante, y nos habla de un mundo del que ya sólo quedan jirones.
A lo lejos nos esperaba la ciudad de Victoria. Neal y Frank dormían, y yo estaba solo en mi eternidad al volante, y la carretera era recta como una flecha. No era como conducir por Carolina, o Texas, o Arizona, o Illinois, sino conducir a través del mundo por lugares donde finalmente aprenderíamos a contarnos entre los felajin del planeta, los indios que rodean el mundo desde Malaya a la India, a Arabia, a Marruecos, a México, a Polinesia. Porque estas gentes eran inequívocamente indias, y no se parecían en nada a los Pedros y Panchos del estúpido folklore norteamericano. Tenían pómulos altos y ojos rasgados y maneras suaves. No eran necios, no eran payasos, eran indios grandes y graves y habían dado origen a la humanidad (eran sus progenitores). Y ellos sabían esto al vernos pasar, al ver a aquellos norteamericanos con los bolsillos llenos que se daban aires de importancia y que habían venido a su tierra a pasar unos días de francachela; sabían quién era el padre y quién era el hijo en la vida antigua sobre la tierra, y no hacían ningún comentario. Porque cuando la destrucción llegue al mundo estas gentes seguirán mirando con los mismos ojos tanto desde las cuevas de México como desde las cuevas de Bali, donde empezó todo y donde Adán fue amamantado y aprendió a conocer. Tales eran mis pensamientos al adentrarme en la ciudad ardiente de Victoria, donde habríamos de vivir la tarde más loca de toda nuestra existencia.
[Traducción de Jesús Zulaika]
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