lunes, marzo 15, 2010

Kanikosen. El pesquero, de Takiji Kobayashi


Una novela que empieza con la frase Vamos hacia el infierno merece ser leída de inmediato. Ese infierno no es la travesía del pesquero Hakko Maru, sino el propio barco, donde una tripulación de pescadores de cangrejos, muchos de ellos menores de edad, tiene que soportar las duras condiciones del entorno y el trato inhumano e injusto de su patrón. Y, así, luchan contra el frío, el rancho infecto que les sirven, las palizas y los castigos a los trabajadores que rinden menos (castigos consistentes en aplicarles un hierro al rojo vivo en el cuerpo), los parásitos, las enfermedades de abordo, etcétera. El autor apenas deja un respiro desde el principio, cuando parten en el barco, hasta el final, en que se trama un motín. Takiji Kobayashi escribió esta novela en 1929 y hoy ha vuelto a convertirse en un best-seller para los jóvenes japoneses; supongo que para ellos simboliza la lucha contra el poder de las empresas, la eterna batalla de quienes trabajan mucho para que unos pocos se enriquezcan. Cuatro años después de publicarla, a Kobayashi lo asesinó la policía tras una noche de palizas y torturas. Lo acusaban de “actividades subversivas”. Siempre estuvo del lado de los trabajadores, de los sindicalistas, de los campesinos. Y así se lo pagaron. La novela la ha publicado una nueva editorial: Ático de los Libros. Un extracto:

Un hombre extendía su taparrabos y, haciendo que alguien lo sostuviera por el otro extremo, le quitaba los piojos. Algunos se metían los piojos en la boca y los hacían crujir con los dientes delanteros, o los aplastaban con las uñas de los pulgares hasta que se les teñían de rojo. Como si fueran niños, se frotaban enseguida las manos sucias en el dobladillo de las chaquetas y empezaban de nuevo. Pero ni aun así podían dormir. Durante toda la noche sufrían los ataques de piojos, pulgas y chinches. Hicieran lo que hicieran, no lograban exterminarlos. Si se ponían de pie sobre las húmedas literas, las pulgas les subían por las piernas. Al final, se preguntaban si no habría alguna parte de sus cuerpos que se estuviera pudriendo. Tenían la extraña sensación de ser cadáveres en descomposición tomados por los gusanos y las moscas.


[Traducción de Jordi Juste y Shizuko Ono]