martes, enero 26, 2010

El Jardín de los Suplicios, de Octave Mirbeau (Impedimenta)


Dividida en tres partes, en la primera asistimos a un diálogo sobre el asesinato; en la segunda, al viaje del narrador hacia otras tierras, trayecto durante el cual conoce a Clara, una joven sádica de la que se enamora. Aunque esa segunda parte me aburrió un poco, es en la tercera (que abarca media novela) donde asistimos a un catálogo de horrores no muy alejado de Saw y sus secuelas: la mujer lleva al protagonista a un penal de China y al Jardín de los Suplicios en el que, tras sufrir diversas torturas, la sangre y los cadáveres de los reos sirven de abono para las flores. Verdugos que explican cómo se ata al culo de una víctima un jarrón en cuyo interior hay una rata, presidiarios a los que arrojan carne putrefacta como rancho, hombres despellejados o atados bajo una campana en movimiento durante 42 horas… No me extraña que fuera polémica en su tiempo. Fue publicada en 1899 y Octave Mirbeau ya se mostraba como un precursor del gore de nuestra época.

Al pie de uno de esos cadalsos, florido como una columna de terraza, un atormentador, sentado, con su caja de herramientas entre las piernas, limpiaba unos finos instrumentos de acero con paños de seda. Tenía la ropa cubierta de salpicaduras de sangre, y sus manos parecían enguantadas de rojo. A su alrededor, como en torno a una carroña, zumbaban y remolineaban enjambres de moscas. Pero en aquel ambiente de flores y perfumes, aquello no resultaba repugnante ni terrible. Lo que cubría su ropa parecía una lluvia de pétalos caídos de un membrillo cercano. Además, aquel hombre tenía una barriga pacífica y bonachona. Su rostro, en reposo, expresaba bonhomía e incluso jovialidad; la jovialidad de un cirujano que acaba de realizar con éxito una operación difícil. Cuando pasábamos cerca de él, levantó los ojos hacia nosotros y nos saludó cortésmente.
Clara le dirigió la palabra en inglés.
-Es una verdadera lástima que no hayan venido una hora antes –dijo aquel buen hombre–. Habrían visto una cosa muy hermosa, y que no se ve todos los días. ¡Un trabajo extraordinario, milady! He recortado a un hombre de los pies a la cabeza, después de haberle quitado la piel. Tenía muy mal tipo… ¡Ja, ja, ja!

[Traducción de Lluís Mª Todó]