Antes de invitarme a colaborar en La Nueva Quintana, Saúl Fernández me había entrevistado tras mi intervención en un curso sobre novela y cien negro organizado por la Universidad de Oviedo. Una fría tarde de invierno me citó en una cafetería avilesina y me propuso escribir en el renacido suplemento de La Nueva España. He de decir que todo fueron facilidades. “No puedes hacer reseñas de libros, ni crítica literaria, para eso hay otros”, me dijo. “Ni opinión. Ni ficción. Han de ser artículos sobre literatura. De Asturias, en Asturias, con Asturias”, añadió. “Una página completa, sobre mil doscientas palabras. Muchos nombres. Salimos los martes”. Me pareció un buen plan. En todo lo demás, yo tenía libertad absoluta. Un chollo. “Pagamos poco”, concluyó. Acepté de inmediato. Ni periodista, ni asturiano, pero escribiría en las páginas asturianistas de La Nueva España. Le doy las gracias por su confianza. Hablé de lo que quise, cuando quise y como quise.
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