The Year of Living Dangerously.
El año en que murieron J. G. Ballard, Jim Carroll, Claude Berri, John Hughes, Budd Schulberg, Donald Westlake, Julio Valdeón Baruque, Fernanda Pivano, Brittany Murphy, Jennifer Jones, Michael Jackson, Paul Naschy, Mario Benedetti, Francisco Ayala, José Luis López Vázquez, Antonio Vega, David Carradine, Patrick Swayze, Farrah Fawcett, Willy DeVille, Harve Presnell, Frank McCourt, John Quade, Marilyn Chambers, Karl Malden, Shih Kien, Lucy Gordon, Dom DeLuise, Antonio Pereira, Corín Tellado, Maurice Jarre, Natasha Richardson, James Whitmore, John Updike, Patrick McGoohan…
El año en que el dermatólogo me dijo que padecía rosácea y que debía moderarme con el sol, el picante y el alcohol y aplicarme cremas durante toda la vida.
El año en que a mi madre le diagnosticaron un cáncer.
El año en que recibí un e-mail de la nueva dirección del periódico, diciendo que dejaban de pagar mis colaboraciones.
El año en que dejé de escribir en ese periódico y “la dirección” (o sea, la señora que conduce el diario hacia el naufragio) decidió no publicar mi artículo de despedida.
El año en que tuve que entregar mis gatos a otro dueño y noté una punzada de culpa en el corazón, al dejarlos atrás: una punzada que no me abandonará nunca.
El año en que a mi hermana la abandonó el novio, después de años de convivencia.
El año en que murió la hermana de uno de mis mejores colegas.
El año en que muchos amigos empezaron a notar dolores físicos, pero también emocionales, y me hablaron de mala suerte y de no saber qué hacer con sus vidas.
El año en que muchas de mis amistades se quedaron sin trabajo, por unas causas u otras.
El año en que los padres y las madres de algunos amigos empezaron a padecer síntomas de perjuicios en la salud.
El año en que no cenamos en Nochebuena con mis primos y mis tíos y la peque y no fue fácil soportar las ausencias.
El año en que empezaron a acumulárseme los nervios en el estómago, y me dolía cada vez que regresaba a mi ciudad natal.
El año en que mi procesión, Jesús Nazareno, vulgo “la de las 5 de la mañana”, no pudo salir por la lluvia, y eso no me había pasado jamás.
El año en que comprobé quiénes están de verdad a mi lado y quiénes actúan de boquilla.
El año en que me salieron millones de canas en la barba y en menos de un mes.
El año en que, un día, lloré hacia fuera y en soledad, tras semanas de llorar hacia dentro y en compañía.
El año en que conocí Praga, pero no estábamos para fiestas.
Pero también:
El año en que conocí Roma, y entonces me iba bien.
El año en que, en las calles romanas, me crucé con Terence Hill, ídolo de mi infancia.
El año en que nació el sobrino de M., o sea, mi sobrino.
El año en que recuperé la amistad, o al menos el trato, con algunas personas: personas a las que echaba de menos.
El año en que mi madre agarró mi mano, en una sala de espera.
El año en que fui traducido al húngaro en una revista.
El año en que salí en una antología de canallas, junto a tres buenos amigos.
El año en que publiqué 3 libros, quizá para subsanar los años de sequía, y en ellos hubo espacio para el poema narrativo, la novela autobiográfica, el artículo de opinión y el cuento.
El año de No hay camino al paraíso, Recuerdos de un cine de barrio y Para esas noches de insomnio.
El año en que empecé a perder un poco dos miedos: el miedo a volar y el miedo al escenario.
El año de Planet 51 y el videojuego: mi primo también cerró una etapa.
El año en que recibí un apoyo masivo de los lectores.
El año en que conté con tres prologuistas de lujo: David González, Tomás Sánchez Santiago y Vicente Muñoz Álvarez (para un poemario, de momento, inédito): más que amigos, hermanos.
El año en que formé una familia con los Casimiro Parker, y en que M., Javier Das, Marcus Versus, Isabel García Mellado y yo rodamos por ahí y construimos un proyecto que aunaba poesía y fraternidad.
El año en que consolidé ciertos proyectos que saldrán tarde o temprano.
El año en que M., tras una crisis, me dijo: “Mi familia eres tú”.
El año que vivimos peligrosamente (Peter Weir, 1982).
El año en que murieron J. G. Ballard, Jim Carroll, Claude Berri, John Hughes, Budd Schulberg, Donald Westlake, Julio Valdeón Baruque, Fernanda Pivano, Brittany Murphy, Jennifer Jones, Michael Jackson, Paul Naschy, Mario Benedetti, Francisco Ayala, José Luis López Vázquez, Antonio Vega, David Carradine, Patrick Swayze, Farrah Fawcett, Willy DeVille, Harve Presnell, Frank McCourt, John Quade, Marilyn Chambers, Karl Malden, Shih Kien, Lucy Gordon, Dom DeLuise, Antonio Pereira, Corín Tellado, Maurice Jarre, Natasha Richardson, James Whitmore, John Updike, Patrick McGoohan…
El año en que el dermatólogo me dijo que padecía rosácea y que debía moderarme con el sol, el picante y el alcohol y aplicarme cremas durante toda la vida.
El año en que a mi madre le diagnosticaron un cáncer.
El año en que recibí un e-mail de la nueva dirección del periódico, diciendo que dejaban de pagar mis colaboraciones.
El año en que dejé de escribir en ese periódico y “la dirección” (o sea, la señora que conduce el diario hacia el naufragio) decidió no publicar mi artículo de despedida.
El año en que tuve que entregar mis gatos a otro dueño y noté una punzada de culpa en el corazón, al dejarlos atrás: una punzada que no me abandonará nunca.
El año en que a mi hermana la abandonó el novio, después de años de convivencia.
El año en que murió la hermana de uno de mis mejores colegas.
El año en que muchos amigos empezaron a notar dolores físicos, pero también emocionales, y me hablaron de mala suerte y de no saber qué hacer con sus vidas.
El año en que muchas de mis amistades se quedaron sin trabajo, por unas causas u otras.
El año en que los padres y las madres de algunos amigos empezaron a padecer síntomas de perjuicios en la salud.
El año en que no cenamos en Nochebuena con mis primos y mis tíos y la peque y no fue fácil soportar las ausencias.
El año en que empezaron a acumulárseme los nervios en el estómago, y me dolía cada vez que regresaba a mi ciudad natal.
El año en que mi procesión, Jesús Nazareno, vulgo “la de las 5 de la mañana”, no pudo salir por la lluvia, y eso no me había pasado jamás.
El año en que comprobé quiénes están de verdad a mi lado y quiénes actúan de boquilla.
El año en que me salieron millones de canas en la barba y en menos de un mes.
El año en que, un día, lloré hacia fuera y en soledad, tras semanas de llorar hacia dentro y en compañía.
El año en que conocí Praga, pero no estábamos para fiestas.
Pero también:
El año en que conocí Roma, y entonces me iba bien.
El año en que, en las calles romanas, me crucé con Terence Hill, ídolo de mi infancia.
El año en que nació el sobrino de M., o sea, mi sobrino.
El año en que recuperé la amistad, o al menos el trato, con algunas personas: personas a las que echaba de menos.
El año en que mi madre agarró mi mano, en una sala de espera.
El año en que fui traducido al húngaro en una revista.
El año en que salí en una antología de canallas, junto a tres buenos amigos.
El año en que publiqué 3 libros, quizá para subsanar los años de sequía, y en ellos hubo espacio para el poema narrativo, la novela autobiográfica, el artículo de opinión y el cuento.
El año de No hay camino al paraíso, Recuerdos de un cine de barrio y Para esas noches de insomnio.
El año en que empecé a perder un poco dos miedos: el miedo a volar y el miedo al escenario.
El año de Planet 51 y el videojuego: mi primo también cerró una etapa.
El año en que recibí un apoyo masivo de los lectores.
El año en que conté con tres prologuistas de lujo: David González, Tomás Sánchez Santiago y Vicente Muñoz Álvarez (para un poemario, de momento, inédito): más que amigos, hermanos.
El año en que formé una familia con los Casimiro Parker, y en que M., Javier Das, Marcus Versus, Isabel García Mellado y yo rodamos por ahí y construimos un proyecto que aunaba poesía y fraternidad.
El año en que consolidé ciertos proyectos que saldrán tarde o temprano.
El año en que M., tras una crisis, me dijo: “Mi familia eres tú”.
El año que vivimos peligrosamente (Peter Weir, 1982).