He visto a un gato huesudo, moribundo, tambaleándose y comiendo los excrementos de sus semejantes. Por los tejados abandonado, tropezaba una y otra vez con las tejas rotas y su morro daba contra el suelo. Casi de golpe, abstraído, he pensado en los grandes banquetes repartidos por doquier entre cortinas de lujo, manteles deslizantes y cojines de lujuria. He pensado en la abundante bebida rebosando en copas de plata y miradas de enaguas y de escotes. He pensando en los acantilados y playas, mares lejanos y avenidas, viajes de placer. He pensado en los vuelos histéricos, parabólicos, temerarios y mortíferos de misiles y de bombas. Ha recorrido mi mirada este globo por la historia de los tiempos, tan dispar, tan abarrotado de arribistas, injustos, oportunos. Ambiguos, iluminados y santones. Ridículos, imprudentes y tiranos. En silencio, me he preguntado por qué me pregunto tanto, si siempre habrá sido así.
La tristeza con ese gato, me ha llevado a los famélicos, indefensos, abandonados e impotentes y he pensado en el hambre. No me he encontrado con Dios.
La tristeza con ese gato, me ha llevado a los famélicos, indefensos, abandonados e impotentes y he pensado en el hambre. No me he encontrado con Dios.