martes, octubre 27, 2009

Mis premios, de Thomas Bernhard


Acaban de publicar Mis premios, un libro de Thomas Bernhard que permanecía inédito entre sus archivos. Con traducción de Miguel Sáenz. El volumen recoge textos breves en los que el autor relata las anécdotas que rodearon la entrega de cada galardón que le concedieron: el cabreo de un ministro cuando el escritor criticó al Estado en su discurso de aceptación, el coche que se compró con el dinero de un premio para luego destrozarlo en un accidente, sus desvelos y sus decepciones, su ira y su desprecio. Antes y durante cada entrega, el escritor tiene una lucha interior consigo mismo: detesta esos honores y homenajes, pero al mismo tiempo necesita la pasta que reparten porque está ahogado por las deudas. Sabe, además, que el Estado tiene más dinero del que destina a los escritores. Los premios son, para él, una especie de ofensa y un alivio económico. El libro se completa con algunos Discursos y con una nota del editor Raimund Fellinger.

Mis premios me ha parecido una delicia. He disfrutado cada frase, cada apunte irónico, cada arrebato de mala leche del autor. Thomas Bernhard no se andaba con bromas. En estos escritos ajusta unas cuantas cuentas pendientes. Con académicos, con políticos, con periodistas y con críticos. Le repugna ese circo que montan los clubes, las academias y los círculos literarios. En los textos hay, también, espacio para anécdotas anteriores a cada galardón. Veamos un ejemplo:

La literatura no me había hecho feliz sino que me había arrojado a aquella fosa apestosa y sofocante de donde, según creía, no había escapatoria. Maldije la literatura y mi deshonesta relación con ella, y fui a unas obras y me contraté como chófer de camión en la empresa Christophorus, de la Klosterneuburgerstraße. Durante meses fui repartidor de cerveza de la famosa Gösser-Brauerei. De esa forma no sólo aprendí a conducir camiones muy bien, sino a conocer toda la ciudad de Viena todavía mejor de lo que hasta entonces la conocía. Vivía con mi tía y me ganaba la vida como conductor de camiones. De la literatura no quería saber ya nada, le había dedicado todo lo que tenía, y ella me había arrojado a una fosa. La literatura me asqueaba, odiaba a todos los editores y todas las editoriales y todos los libros.