Las únicas personas que pueden mantener el impulso son el director y el ayudante de dirección. Tienes que pasarte todo el tiempo metiendo caña. Lo que me pareció más difícil fue lo lento que era y la caña que tenías que meter para motivar a la gente, y todo lo que tienes que explicarte para despertar el entusiasmo. En otras palabras: “¡Quiero que esto sea así, así y así! ¡Venga, vamos a por ello!” Tienes que ser tú el que levante los ánimos. Porque son las cinco y media de la mañana y están cabreados por tener que estar allí. Pero la cuestión es que tú tienes que hacer bien esa escena de amor o lo que sea que quieras hacer. Eso es lo difícil: esa energía que necesitas para motivarte a ti mismo, la fuerza de voluntad que tienes que generar día a día. A algunas personas eso les sale de manera natural. Si ves a Steven Spielberg en el plató, es como una fuerza de la naturaleza. No necesita fingir entusiasmo. Ese tío es pura ambrosía. “¡Vamos! ¡Estamos haciendo una película!” Vuelve a ser joven. Quiero decir que, a pesar de estar cerca de los sesenta o de la edad que sea, se comporta como un chaval de veintitrés. Nunca has visto una cosa igual. Pero para los mortales como yo, que a las seis de la mañana nos estamos quitando el sueño de los ojos y tomando la tercera taza de café mientras tratamos de recordar, desde un oscuro y lejano pasado, “¿Cómo era la idea que tenía para empezar esta escena?”, es muy, muy difícil. Ésa es la verdadera dificultad.
Sam Mendes, en Mi primera película: Toma 2
Sam Mendes, en Mi primera película: Toma 2