Si uno está en el metro y empieza a fijarse en los libros que leen los viajeros, el noventa y cinco por ciento de las veces comprobará que tienen, entre las manos, cualquiera de los títulos de la trilogía “Millennium”, del autor ya fallecido Stieg Larsson. Si merodea por una librería y se pone cerca del mostrador donde atienden al cliente, oirá que dos de cada tres personas preguntan lo mismo: “Buscaba el de “Los hombres que no amaban a las mujeres”, ¿dónde puedo encontrarlo?”; lo más probable es que el tercero de esos tres pregunte por algún libro reseñado en el último Babelia. Este año no he ido, de momento, a la playa; pero si fuera, sé lo que me encontraría: a los veraneantes con algún ejemplar de la citada trilogía de Larsson. Tiempo atrás, el libro que llevaba casi todo el mundo en las manos era “La catedral del mar”. Y antes, o puede que después, “El juego del ángel”. Y antes de esos, por supuesto, “La sombra del viento”. Sin olvidar “Los pilares de la tierra”.
No sé si son buenos o malos, no tengo conocimientos para juzgarlos porque, de los mentados, sólo leí en su momento “La sombra del viento” y me entretuvo. Lo que me asombra es esa habilidad para que el mercado editorial y la publicidad logren que todo el mundo lea el mismo libro, como si fuéramos (fueran) clones de un futuro sin naves espaciales. ¿Imaginan si el mercado lograra lo mismo, por ejemplo, con los sombreros? Que a todos nos diera por pillarnos un sombrero rojo porque alguien lo ha puesto de moda, porque alguien nos ha vendido que eso es lo que necesitamos para mejorar nuestro estatus aunque no lo necesitemos. ¿Imaginan una calle en la que hombres, mujeres y niños llevaran puesto un sombrero rojo? Pues eso, que no habría distinción. Que pareceríamos un rebaño. Y en muchos aspectos lo somos. El planeta entero se convirtió en un rebaño moderno sometido a la publicidad desde que nos convencieron de la importancia de la Coca-Cola, que llega a todas partes y la bebe todo el mundo. Digo Coca-Cola por poner un ejemplo. A mí me flipa; de hecho, soy una especie de adicto. Siempre me pregunto por qué casi todo el mundo lee lo mismo habiendo tanta oferta editorial en el mercado. No he leído a Larsson, insisto, pero dudo que cualquiera de sus libros valga tanto como una sola página de Raymond Chandler o Dashiell Hammett, a quienes los lectores jóvenes quizá no han leído.
Una posible respuesta la ofrece la escritora Dubravka Ugrešić en uno de los ensayos incluidos en “Gracias por no leer”. Escribe la autora croata: “El superventas es un espacio para la inocencia ritual colectiva (a todos nos gusta lo que gusta a todo el mundo). El fenómeno del superventas entraña un componente fascista y manipulador, porque el superventas es una unión sagrada entre el texto y los lectores, es siempre una ideología, un sucedáneo espiritual. El superventas ofrece un sistema cerrado de valores básico y de conocimiento aún más básico”. También apunta: “Cuando millones de lectores leen un libro, éste se convierte en una especie de sustituto de la Ostia (millones de personas sacan la lengua para recibir un sucedáneo espiritual y participar así en un acto de purificación colectiva)”. Se trataría, pues, de “un elemento ritual”. Al mercado le interesa que consumamos libros de entretenimiento porque así es más fácil no pensar, y cuando no pensamos nos alejamos de las preguntas. Y las preguntas acaban conduciendo a plantearse las cosas, a dudar, a desconfiar, a desafiar al sistema. Puedes empezar a cuestionarte tu sociedad si lees a Céline y su “Viaje al fin de la noche”. Pero, ¿qué preguntas te harás leyendo “La catedral del mar”?