lunes, agosto 10, 2009

Hedores, cajeros, obras

Entro en el metro porque debo ir un poco lejos y recorro unas cinco estaciones. Si me cuesta soportar los trenes subterráneos en cualquier otra época, en verano es una auténtica tortura para las narices. El olfato se resiente. Apesta a humanidad. Todo el mundo está sudado. Yo también empiezo a sudar nada más meterme en el vagón. Me he duchado hace un rato, pero da igual. Huele que apesta: a un sudor muy fuerte, a gente que no se ha duchado ni usa desodorante o ya se le borraron las huellas del mismo. Bajo un poco la cabeza, temiendo que el olor venga de mí a pesar de mis constantes precauciones para mantener la higiene. No, no soy yo. Lo compruebo con alivio. Durante el trayecto apenas respiro. Procuro hacerlo por la boca y tomar el aire justo. Tragos cortos, los suficientes para sobrevivir. En la calle es peor. En Madrid uno se encuentra orinadas todas las esquinas (y no es sólo culpa de los perros). Y se encuentra vomitonas secas de vez en cuando. Y se encuentra mojones. Y se encuentra litronas rotas, que han dejado escapar algo de cerveza. Cuando el sol machaca sin piedad las aceras, como en estos días, los efluvios que suben hasta las napias del transeúnte son difíciles de tolerar.
Cuando salgo del vagón en Argüelles, al deambular por la estación buscando la salida a la calle, recuerdo que allí mismo tienen un cajero de Caja Duero. Y cuando paso por aquí procuro sacar algo de efectivo. Ya conté mis dificultades para encontrar cajeros de mi entidad. Me refiero a cajeros que funcionen. En cualquier otro banco o caja de ahorros me cobran más de dos euros por cualquier operación con la tarjeta de crédito. Siempre ando desesperado por esta circunstancia. En la estación de Argüelles descubro, con estupor, que han quitado la máquina de Caja Duero. Ya no sé de dónde extraer dinero. Bueno, sí, del cajero de La Latina. Sólo son diez o quince minutos a pie desde casa, pero es un desvío que me aparta de las zonas que suelo frecuentar, y además el sol pega por esa zona que da gusto. No sé si hay otros zamoranos residentes en Madrid a los que les pasa lo que a mí. Esto de buscar sucursales de Caja Duero. Unos días atrás, al renovar la estación de Sol, quitaron los dos expendedores de Caja Duero que yo utilizaba. El primer día le pregunté a un vigilante de Metro si sabría indicarme dónde los habían trasladado después de la remodelación de Sol. Me dijo que los habían quitado. Dentro de la estación de Lavapiés hubo un cajero de esta entidad. Jamás llegó a funcionar. Nunca lo encendieron y lo instalaron hace un año, más o menos. No hace demasiado que se lo llevaron definitivamente. Un cajero sin uso. Luego tenemos los que no funcionan: siempre están averiados (como los dos que hay en la estación de Embajadores) o siempre están apagados (como el de Lavapiés, ese que acaban de retirar sin que cumpliese su cometido). Uno de los pocos que tengo más o menos a mano es el de la sucursal del principio de Gran Vía, pero es otro paseíto. Las dos soluciones son, pues: o tostarse durante las caminatas hasta la Latina o Gran Vía; o pagar con tarjeta en los comercios, sabiendo que no siempre la aceptan.
Salgo en Argüelles. Me fijo, a ver si veo cajeros de mi entidad. Huele peor afuera que dentro, en los vagones. No hay acera sin obras. Sí, ya sé que están mejorando la ciudad y que el ciudadano debe tener paciencia. Llevamos años padeciendo esa excusa. Cuando acaben unas obras, empezarán otras. En Zamora suele ocurrir lo mismo. Llega el verano y levantan las calles. Ese engorro dura siempre. Seguirán abriendo las aceras y el asfalto por los siglos de los siglos.