miércoles, agosto 12, 2009

Fauna

Tuve que ir a hacer un recado por la mañana. No suelo salir por las mañanas, y con eso me refiero a las laborables. Vi por ahí demasiada gente rara. Más o menos del mismo pelaje que esos con los que topé en aquel paseo de sobremesa de Zamora, hace poco. O sea: tipos hablando solos, señoras que parecían ir a un baile de disfraces, señores durmiendo a pierna suelta en los bancos, sablistas, pedigüeños y otra fauna propia del ámbito urbano. Mientras iba caminando y no daba crédito, me pregunté: “¿De dónde sale esta gente? ¿Quién demonios ha abierto la jaula?”, que es lo mismo que me preguntaría unas horas después metido en las fiestas de Lavapiés. Cuando estaba a punto de llegar a mi destino, a pie por una acera solitaria, vi que de frente venía una señora. De mediana edad, más o menos; quizá más joven. Ella iba mirando hacia el suelo. Unos metros antes de cruzarnos, levantó la cabeza y un vistazo a mi figura le bastó para girar de improviso a su izquierda y cambiar de acera. Tal vez pensó que la iba a atracar. Luego me di cuenta: la culpa es mía porque en este mundo sólo cuentan las apariencias, y yo voy por ahí sin afeitar. La gente cataloga en una de estas tres categorías a quienes suelen ir sin afeitar: delincuentes; terroristas; vagabundos. Garci es un caso aparte. Vivimos de las apariencias y por eso sigue asustando el tío de pelo largo, aunque quien maneje los hilos del mundo y del crimen organizado sea alguien con traje, corbata y gomina en el pelo y un yate en el puerto.
Seguí andando. Y acabé quemándome con el tráfico. Conductores aporreando el claxon, taxistas que pasaban como una bala (algo frecuente en Madrid), piques entre motoristas y conductores de coches, y cosas así. Recordé una cita que aparece en un libro de ensayos de Dubravka Ugrešić, autora que he citado a menudo en estos días. La copio aquí: “Por otro lado, los futurólogos predicen que el medio de transporte del futuro no serán las máquinas voladoras tan esperadas por muchos de nosotros, sino las bicicletas”. Me gusta esa predicción. Me gustan las ciudades donde se respeta al ciclista, como mi añorada Estrasburgo, ese sitio donde se va en bici a las compras, a los bares y al curro. Creo que en Madrid es imposible lograrlo. No está preparada la ciudad, pero lo peor es que no está preparada la gente. España es país de vagos, no lo olvidemos. Ojalá en un futuro cercano en mi ciudad, Zamora, se asuma por fin que la bici es más ventajosa y saludable que el coche. Es lo que me dijo un familiar el otro día: eso de los carriles para ciclistas que han puesto ahora está muy bien, pero quienes alquilan las bicis no las usan como medio de transporte, sino como medio de ocio. No es lo mismo ir en bicicleta al trabajo que alquilarla para pasar la tarde del sábado. El fin no es el mismo, aunque lo sea el medio. Esto me recordó a mis años mozos, en los que circulaba por las calles encima de una BH. Iba siempre en bici.
Aún me quemé más unas horas después, en las fiestas del barrio. No me extrañó que la policía cubriera cada calle, por si acaso. Aquello era un polvorín. Supongo que no estalló. Pero cuando se mezcla tanta gente ebria, cada uno de su padre y de su madre, puede ocurrir cualquier desgracia. Y a menudo ocurre. No me lo invento. Una espesa humareda de fritanga flotaba sobre las cabezas, dejando grasos los cabellos del personal. Nos fuimos pronto para casa y me asomé al balcón para echar un vistazo a la calle. Esto es lo que vi en apenas dos o tres minutos: el blanco que meaba la puerta de un edificio; el moro que meaba un árbol; el negro que meaba la rueda de una furgoneta. En ese plan. Las aceras quedaron llenas de litronas, vidrios rotos y bolsas.