Para mí, y creo que para muchos lectores, Raymond Chandler es el número 1 en la novela negra, seguido a muy poca distancia por Dashiell Hammett. Destacan sus diálogos, sus descripciones, los enredos que tiene que resolver el detective y narrador y cierta amargura de éste ante la vida. En La dama del lago, un empresario encarga a Philip Marlowe que busque a su mujer. En cuanto Marlowe tira del hilo, se empieza a mezlcar con mujeres fatales, polis de pueblo, tipos duros y agentes corruptos que no dudan en darle algún repaso. Marlowe es especialista en cabrearlos a todos. Como en el siguiente diálogo con un hombre al que interroga acerca de la desaparición de dos mujeres:
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-¡Váyase al demonio! -me dijo sin dejar de fruncir el entrecejo.
-Bueno, me iré al demonio, pero dígame, ¿cree que hay alguna posibilidad de que su mujer y la señora Kingsley se fueran juntas?
-No le entiendo.
-Es posible que mientras usted ahogaba sus penas ellas dos tuvieran una discusión, que luego se reconciliaran y lloraran la una en el hombro de la otra. Es posible también que la señora Kingsley llevara a Muriel a algún sitio. En algún coche tuvo que irse, ¿no?
Era una tontería, pero él se la tomó muy en serio.
-No, Muriel no es de las que lloran en el hombro de nadie. La hicieron incapaz de llorar. Y si le hubiera dado por hacerlo, no lo habría hecho en el hombro de esa zorra. En cuanto a lo del coche, ella tiene su Ford. No puede conducir el mío porque tiene cambiados los pedales por lo de mi pierna.
-Ha sido sólo una idea que se me ha pasado por la cabeza.
-Pues si se le pasa alguna más como ésa, déjela que siga su camino.
-Para ser un tipo que abre el corazón al primer desconocido que llega -le dije-, es usted la mar de susceptible.
Dio un paso hacia mí.
-¿Quiere ver lo susceptible que soy?
-Oiga, amigo -le dije-, estoy haciendo todo lo posible por convencerme de que es fundamentalmente una buena persona. Ayúdeme un poco, ¿quiere?
-Bueno, me iré al demonio, pero dígame, ¿cree que hay alguna posibilidad de que su mujer y la señora Kingsley se fueran juntas?
-No le entiendo.
-Es posible que mientras usted ahogaba sus penas ellas dos tuvieran una discusión, que luego se reconciliaran y lloraran la una en el hombro de la otra. Es posible también que la señora Kingsley llevara a Muriel a algún sitio. En algún coche tuvo que irse, ¿no?
Era una tontería, pero él se la tomó muy en serio.
-No, Muriel no es de las que lloran en el hombro de nadie. La hicieron incapaz de llorar. Y si le hubiera dado por hacerlo, no lo habría hecho en el hombro de esa zorra. En cuanto a lo del coche, ella tiene su Ford. No puede conducir el mío porque tiene cambiados los pedales por lo de mi pierna.
-Ha sido sólo una idea que se me ha pasado por la cabeza.
-Pues si se le pasa alguna más como ésa, déjela que siga su camino.
-Para ser un tipo que abre el corazón al primer desconocido que llega -le dije-, es usted la mar de susceptible.
Dio un paso hacia mí.
-¿Quiere ver lo susceptible que soy?
-Oiga, amigo -le dije-, estoy haciendo todo lo posible por convencerme de que es fundamentalmente una buena persona. Ayúdeme un poco, ¿quiere?