Uno de los testimonios más crudos sobre lo que les hicieron los nazis a sus víctimas (judíos, gitanos, etcétera) durante la Segunda Guerra Mundial es el que aportó la escritora polaca Zofia Nalkowska. En su biografía se indica que fue “novelista, dramaturga, ensayista y descubridora de grandes talentos literarios”. Nalkowska participó, tras la guerra, en la Comisión de Investigación de los Crímenes Hitlerianos. Su experiencia y los terribles documentos y observaciones que recogió en el desempeño de ese trabajo le sirvieron para escribir ocho relatos, que tienen poco de ficción y mucho de reportaje, y que publicó bajo el título “Medallones”. La Editorial Minúscula, a quien debemos el rescate de la obra de Varlam Shálamov, tradujo este año dicho libro. El original fue publicado en el 46. Y no soy capaz de comprender por qué hemos tardado tanto en conocer este valioso y estremecedor, muy estremecedor, documento. Ocho historias, ochenta y tantas páginas.
“Medallones” se lee con un nudo en la garganta. Con una mano retorciéndonos las tripas. Se sufre. Quizá la más dura de las historias sea la primera, a pesar de hablar de los muertos y no de los vivos (los muertos no sufren, claro, pero al leer la descripción del estado de los cadáveres el lector imagina los padecimientos de sus propietarios cuando estaban vivos y le resulta difícil tragar saliva). En ese primer relato, “El profesor Spanner”, la autora nos mete en el Instituto Anatómico del Reich donde, en secreto, preparaban jabón con los cadáveres de las víctimas. Esa referencia la hemos oído cientos de veces (hacer jabón con judíos), pero creo que nunca había leído unas descripciones tan crudas. Veamos un ejemplo: “Más adelante había otros tanques con cadáveres, y después cubas con cuerpos partidos en dos, cortados en trozos y desollados. Sólo en uno de los tanques, separado y alejado de los otros, había algunos cadáveres de mujeres (…) Alguien familiarizado con el lugar apartó la tapa y con un atizador sacó la superficie de un chorreante torso humano hervido y desollado”. Esta es sólo una pequeña muestra de los horrores que se reúnen en dicha historia, y una parte ínfima de las atrocidades que cometieron los nazis. En otros relatos se nos habla de los vivos, de sus luchas diarias para escapar a la muerte. Algunos creían que no iban a salvar el pellejo, y años después dicen que esa indiferencia fue lo que en cierta forma los salvó. En la historia titulada “En el fondo”, un hombre relata las torturas a las que sometían a los reclusos de la prisión de Pawiak, donde nunca fusilaban a alguien sano: “Lo sé porque en nuestra cocina trabajaban hombres y nos lo contaban. También nos contaron lo de las ratas… Los propios prisioneros, cada mañana, tenían que sacar los cadáveres del depósito. Tenían las manos y los pies atados, y los intestinos devorados por las ratas. A algunos aún les latía el corazón”.
En otras historias nos habla de los prisioneros a los que metían, engañados, en cámaras de gas; de quienes huían de los trenes, rompiéndose huesos o muriendo en el acto; de niños a los que ajusticiaban porque eran muy pequeños para trabajar; de cómo separaban el pelo, la piel, la grasa y los huesos de los cadáveres para hacer jabón, abono, relleno para colchones y pergaminos; de las fosas comunes y de los hombres que veían sacar de los camiones a sus familiares muertos; de la mujer que se arrancaba los dientes de oro para comprar comida en el campo de concentración; del soldado que estrangulaba judíos con las manos, cada mañana, antes de ponerse a desayunar. Un documento único, una lectura necesaria.