lunes, junio 01, 2009

Speedball

De la biografía escrita por Bob Woodward (uno de los dos reporteros del Caso Watergate, luego inmortalizados en la película “Todos los hombres del presidente”) sobre John Belushi me interesaban principalmente dos aspectos. Primero, cómo se gestaron The Blues Brothers. Segundo, qué circunstancias rodearon a la muerte por sobredosis del actor y músico. Belushi fue un tipo de trato difícil. Los excesos (montañas de cocaína, chutes de heroína, varias noches seguidas sin dormir) hicieron que perdiese buenos proyectos, que hundiese otros y que algunas personas procuraran alejarse de él o no supieran cómo ayudarle a salir de su adicción.
La gestación del dúo y la banda (The Blues Brothers) no tiene nada de especial. Al menos según aparece descrita en el libro. Uno esperaba cierta clase de magia, alguna fabulación o un hallazgo místico. Pero eso sería apartarse de la realidad. Pongamos un ejemplo: en el biopic “Chaplin”, que dirigió Richard Attenborough, Charles Chaplin (un extraordinario Robert Downey, Jr., nominado al Oscar por este papel) encuentra el sombrero que llevará su personaje de Charlot como si fuese una revelación súbita. Tanto es así que, durante esa escena, el sombrero se ilumina y salta por el brazo del actor hasta encasquetarse en su cabeza. Pero, por lo que yo recuerdo de la “Autobiografía” de Chaplin, en absoluto fue un hallazgo casi sobrenatural. Al contrario. Esos objetos míticos, a los que luego veneramos, son escogidos por músicos y actores gracias a una serie de casualidades y de equívocos. Woodward cuenta que un día Dan Aykroyd y John Belushi salieron a preparar uno de sus números del “Saturday Night Live” con trajes oscuros, gafas negras y sendos sombreros. No nos aclara de dónde partió la idea. Sólo anota que la indumentaria era una especie de disfraz que encubría al personaje de “un fuera de la ley, un yonqui maleante que podía llevarse en cualquier momento la mano al bolsillo, sacar su armónica y tocar un blues”. Fue el 22 de abril del 78 y al público le encantó la actuación. Ya conocen el resto.
La otra historia que atrajo mi curiosidad, como digo, atañe a la muerte por sobredosis de Belushi. Y en el libro no ahorran detalles. Aquella noche iba acompañado de Cathy Smith, una yonqui que solía proveerle de drogas e inyectarle cocaína y heroína en los brazos. Estaban en su bungalow del Hotel Chateau Marmont de Los Ángeles. Al día siguiente querían llevarlo de vuelta a Nueva York para alejarlo de las drogas, las fiestas y el desparrame y enderezar su carrera, que iba a pique y pasaba de los proyectos frustrados a las películas que fracasaban en taquilla y eran masacradas por algunos críticos de cine. Esa noche (la del viernes, 5 de marzo del 82), por el bungalow número tres de Belushi, en cuyo interior había un desorden de botellas, guiones y basura, pasaron Robin Williams y Robert De Niro. Fueron a visitarlo. De Niro estaba dándole vueltas a un proyecto común; era amigo suyo y también se alojaba en el Marmont. Y Williams se divertía con él. A todos les encantaba meterse unos tiros de cocaína. Pero John Belushi lo llevó más allá: en los últimos días instaba a Cathy Smith a que le inyectara un speedball (cocaína y heroína). Un speedball contiene el subidón de la cocaína y, a la vez, el relax y la modorra de la heroína. Belushi murió en la cama, a los 33 años, por “intoxicación aguda”, en el momento en que la única persona que quedaba en el bungalow, Cathy, salía a dar una vuelta en su coche. Su entrenador personal descubrió el cadáver. En aquellos días, Dan Aykroyd, más previsor y centrado en su carrera, estaba escribiendo ya “Los cazafantasmas”.