domingo, junio 14, 2009

American Madness. Bruce Springsteen y la creación de Darkness on the Edge of Town, de Julio Valdeón Blanco


Qué soledad, qué angustia turbia, qué desazón amarilla come al hombre cuando, muy de mañana, justo cuando el sol esparce sus bendiciones, acude al trabajo.
Bruce, que nunca ha tenido otro trabajo que el de músico (excepto, según cotamos hace muchas páginas, durante su breve etapa como jardinero, a fin de comprar su segunda guitarra), conocía la experiencia de manera vicaria, pero definitiva. Había visto a su padre repetir el ritual del trabajo. No un trabajo como forma de realización, sino como objetivo y suma de toda una vida: un trabajo que absorbe cualquier otra posibilidad y anula lo que los cursis y los políticos actuales denominan “conciliación de la vida profesional y familiar”.
Las casonas del dolor, canta más o menos. Aquella fábrica daba y quitaba vidas. Fue la madre terrible, que exige a sus criaturas un tributo inhumano, violento y raudo (accidentes laborales, etc.) o insidiosos y cansino, licuando la sangre del trabajador, condenándolo a la repetición infinita, acosado por el expediente regulador, las hipotecas, la monotonía, la falta de reconocimiento social, etc.
(…)
Para calmar el gusto a cobre de la muerte, para fumigar por unos minutos la colonia de gusanos, los hombres beben, y es mejor que sepas, muchacho, que alguien, de alguna forma, terminará desplomado en el suelo. Alcoholismo y trabajos esterilizantes caminan juntos. A la salida del curro la única oferta pasa por salir a los bares, tomar cervezas y chupitos de whisky o bourbon (o en el caso de Douglas, poco sociable, beber en casa). Bebes el valor que no tienes, el que te robaron. Es una pelea perdida de antemano.
El único resultado posible, aparte de la sonrisa artificial, son las peleas en la trasera del bar, las miradas torvas, la violencia desencadenada por gente que lo ha perdido todo.