En ciertas situaciones no sabe uno cómo reclamar, cómo luchar. Una vez compré un pack de dos películas en un kiosco. Meses después me dio por ver una de ellas y se estancó a la mitad. Comprobé el disco y estaba rayado. ¿Cómo hacer en ese caso? En los kioscos no te dan factura, y no resulta creíble volver seis meses después y reclamarle al vendedor tu dinero o pedir que te descambie la copia defectuosa por una nueva. A principios de mayo compré el número de Fotogramas en el kiosco de la plaza de mi barrio, punto de venta donde me abastezco de dos o tres revistas de cine y algún periódico de vez en cuando (y este hábito logra que eche de menos el kiosco de La Farola de Zamora, donde su dueño me ha visto crecer, desde que empecé a comprarle el Fotogramas allá por el 83). La revista de mayo venía sin celofán. No incorporaba, al parecer, ninguno de estos regalos que a menudo incluyen con el ejemplar. Unos días después entré en un kiosco de la Plaza de Santa Ana. Me fijé en el Fotogramas de mayo que allí vendían: cada número estaba en vuelto en un plástico transparente porque regalaban algo, ya no recuerdo si eran cargadores o enchufes para el portátil. El caso es que no me interesaba, no me iban a servir para nada. Pero en el ejemplar que yo compré no había nada de eso. Y me revienta que alguien haga algo tan ruin como despojar cada revista que vende de los obsequios que ésta incorpora. No sé qué harán los vendedores con tantos cargadores o enchufes o lo que fuera. Pensé en ir a reclamar. Pero si por casualidad habían vendido ya todos los números, ¿cómo demostrar que ellos mismos les habían quitado esos regalos? ¿Qué sentido tiene ir a reclamar algo cuando han pasado unos diez o quince días de la compra? Así que lo dejé correr. Aunque he tomado una decisión: no volveré a comprar en ese kiosco.
Un par de semanas atrás fui a Correos. Necesitaba enviar un pequeño paquete a Zamora. Con urgencia. El tipo que me atendió me preguntó con cuánta urgencia. Le respondí que mañana mismo, o a lo sumo pasado. “Cuanto antes”, insistí. El hombre dijo: “Te lo puedo mandar Certificado, Urgente y Asegurado”. El coste total era de seis euros y pico, lo que sumado al precio del sobre arrojaba un total de casi siete euros. Acepté porque quería que el envío llegara lo antes posible. Porque el destinatario merecía mi prisa y mi desembolso económico. Bien. Pues el paquete llegó justo una semana después. De miércoles a miércoles. La fecha de aviso de llegada databa del día anterior a ese, o sea, el martes. Cuando supe que, al fin, habían recibido el paquete en Zamora, tuve una semana muy ajetreada y no pude acercarme a Correos (en Madrid esto lleva su tiempo: entre la ida, la venida y las correspondientes colas que uno tiene que sufrir). Y ahora me parece ya inoportuno ir a reclamar un asunto que se ha hecho viejo, pues hoy vivimos con prisa y sometidos no al presente, sino al mañana.
Algunos de mis amigos escritores me cuentan que no dan crédito cuando el editor les pasa el total de los libros que han vendido en el año anterior. La suma no alcanza ni para invitar a unas cañas a cuatro colegas. Y suele oler a podrido en Dinamarca porque ellos saben el número aproximado de lo que han vendido en sus ciudades. No coincide con las liquidaciones que les envían. Pero, ¿cómo comprobarlo? A mí no me sorprende que algunos editores hagan trampa. Incluso hay alguno por ahí del que no he recibido ni un céntimo, y han pasado varios años. Por eso leo estos días la iniciativa de “Escritores Unidos”, cuyo manifiesto aboga por una reunión con CEDRO, en la que se pedirá que gestione los datos mediante una auditora.