Creo recordar porqué empecé a beber. Era una inaguantable timidez que me arrastraba detrás de un vaso. No me bastaba con los rizos sobre mi frente. No me hubiera bastado con nada. Cada vez que aquella mujer se cruzaba en mi camino, en las escaleras del instituto, en las nieblas nocturnas de aquel pub que supe luego que frecuentaba sólo por verme, un rayo paralizador me cegaba hasta anular cualquier intento por siquiera abrir la boca. Así que, como en el circuito al que nos lleva la nocturnidad, comencé por una primera. Cayó la segunda casi enganchada, sin haber disfrutado los últimos vapores de la anterior. Una tercera fue necesaria hasta que ella apareció. Un iceberg cegador se situó frente a mis ojos, sin saber interpretar si me amaba y me deseaba como yo a ella, o era sólo una fatal casualidad. [Manolo D. Abad]
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