lunes, mayo 18, 2009

“Me asomo a la ventana…”

Murió Antonio Vega y a la mayoría de la gente le sorprendió su muerte. A mí lo que en realidad me sorprende es que aguantara tanto. Se necesitan muchas fuerzas. Fue un superviviente de la heroína que, pese a todo, se colgaba la guitarra y salía a cantar al escenario. No siempre con fortuna en los últimos tiempos. Pero al menos lo intentaba. Es más de lo que harían muchos. “No me puedes culpar por intentarlo”, dice un antiguo colega mío. Aunque yo soy partidario de no salir a tocar en esas condiciones. Ahora lo aceptamos, a título póstumo, pero luego la gente se enfada cuando los músicos no están al cien por cien y reclama que le devuelvan el importe de la entrada. El martes, día de la muerte de Antonio Vega, charlando con dos poetas, me contaban que una década atrás, cuando ellos iban a los conciertos, ya se decía por ahí que estaba a punto de expirar. Pero aguantó el tirón. No hace demasiados años, en un local de Malasaña, fui a ver uno de los recitales de David González. Creo que presentaba “Algo que declarar”. El principio fue memorable porque David abrió con los versos “Si el Señor es mi pastor,/ entonces/ ¿quién es mi perro?” y dos señoras salieron corriendo, despavoridas y escandalizadas. Cuando llegué, me dijeron que acababa de tocar Antonio Vega, pero que estaba que se caía. Yo preferí no verlo. Preferí recordar los vídeos de sus tiempos jóvenes. Antes de su deterioro físico.
No me voy a dar pisto ahora diciendo que escucho a Nacha Pop con frecuencia. No. Hace años que no escuchaba a la banda, o a Antonio Vega en solitario (salvo una excepción: “Lucha de gigantes”, porque está incluida en una banda sonora muy recomendable, la de la película “Amores perros”). De hecho, de la música española que oía a menudo a finales de los ochenta y principios de los noventa sólo suelo poner, ya, de vez en cuando, a Loquillo y Trogloditas y poco más, si acaso a Los Ronaldos. Fue una etapa que recuerdo con cariño y con ardor, porque allí estaban los primeros amores, las primeras cogorzas, los primeros bailes para hacer el ridículo en las pistas de Nitons, de Ramsés II o de Pagos Al Contado. Las primeras tonterías de adolescente y las huellas imborrables que a uno le hacen ser quien es. Y, en ese marco zamorano, siempre sonaban algunos temas de Nacha Pop. Para mí la mejor canción suya es y será “Chica de ayer”. Se me ponían los pelos de punta cuando la pinchaban en los bares o cuando alguno de nosotros la ponía (en vinilo) en las fiestas privadas en las que no éramos capaces de ir a hablar con las mismas chicas a las que habíamos invitado. Aún se me pone el vello de punta al escucharla, algo que también sucede con otros hitos del soundtrack de mis años mozos, como “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?”, de Burning, o “Cadillac solitario”, de Loquillo, o “Por las noches”, de Los Ronaldos, por citar unas cuantas de aquel inolvidable tiempo del pop rock español. “Chica de ayer” es un clásico. Supongo que en el Penta, garito de Malasaña mencionado en la canción y por el que he pasado unas cuantas noches de farra, sonaría la noche del martes ese tema, como una plegaria para rendir homenaje.
Buscando en Google Imágenes alguna foto para colgarla en mi blog, topé con las fotografías de Thomas Canet. Un maestro retratando a gente del rock, del cine o de la literatura. Luminosos retratos en blanco y negro que yo no conocía. Entre ellos hay uno de Antonio Vega: con barba, con cicatrices en las manos, con ojeras y con arrugas. Es, de lejos, la mejor de las fotografías que he visto de él. La postura y el enfoque simulan su desgaste. En los ojos se ve a alguien muy cansado.