En la segunda presentación de “Loser”, de David González, en la sucursal de La Casa del Libro de Fuencarral, también presentaron la segunda edición revisada y ampliada del poemario “Guerra de identidad”, de Déborah Vukušić (“mitad gallega y mitad croata”, “abeja con orejas de lobo”), publicado por Baile del Sol. Sobre el escenario, David es el trueno, pero Déborah es el relámpago. Uno sacude, la otra ilumina. Los dos hacen magia con las palabras. Es como si dos boxeadores subieran al ring a ofrecernos un espectáculo que nos noquea. Se adueñan del entorno, dominan las pausas, los silencios, los versos de cierre del poema. Más que leer, interpretan. Actúan. Además, Déborah es actriz, ya hemos hablado de ella y en septiembre, o por ahí, tal vez esté de vuelta en Zamora para el estreno del nuevo corto dirigido por Mario Crespo, “Sin título”, rodado durante un día agotador en la Sala Berlín.
Esta nueva “Guerra de identidad”, que yo tanto admiré y releí el año pasado, no es sólo una edición revisada. Porque incorpora un segundo poemario, una especie de continuación tan buena o mejor que la primera. Se trata del “Cuaderno de batallas”. Sus versos conmueven y duelen: “debo pegarme las cicatrices abiertas”; “dejé a un lado la prisa y el dolor / metí en una maleta lo que cupo / y abandoné mi sombra sobre la cama”; “ni un ápice de amor en la lluvia de este día”; “y me froto un libro / cuando me siento sola”; “los ojos sin fondo de mi padre / después de la guerra”. Los poemas y fotos de dicho “Cuaderno…” son el resultado de esa guerra que la autora mantuvo consigo misma; son las secuelas de la lucha. Déborah y David recitaron sus poemas con rabia y vigor. Y ahí no acabó la cosa, porque al tercer día estuvimos en Fuenlabrada.
En el Mesón Nuevo Canete, cuna de poetas y de músicos. Sobre un escenario que tenía focos y micrófono, con una batería al fondo, recitaron o nos contaron algo: Esteban Gutiérrez Gómez, Antonio Díez, María Jesús Silva, Hasier Larretxea, Gsús Bonilla, Déborah Vukušić, Inma Luna, Luisa Fernández, Marcus Versus, Isabel García Mellado, Javier Das y David González. Sus poemas también fueron combustible para el alma. Confieso que llegué agotado a Fuenlabrada y el espíritu se me reconfortó y el cansancio fue desapareciendo a medida que cada autor salía a incendiar la noche con sus palabras. Ya que, en el mismo acto, se presentaba el primer poemario de Isabel, “Tic Tac, Toc Toc” (título que alude al paso del tiempo y al modo en que éste llama a nuestras puertas), aprovecho para anotar aquí algunos de sus potentes versos: “hijo de puta el tiempo / que no le regresa a mi madre los sueños partidos”; “que no, niña, que no / que a ti lo que te pasa es que no saben quererte”; “quiero ser un lunar que camina por un cuerpo”; “si esperas una muñeca que no moleste, / yo no soy esa”. O estos de Hasier: “Porque la palabra tiene tanta fuerza como una bala”; “A pesar de que yo muera, / este poemario me sobrevivirá”. O los de Javier Das: “que alguien me explique / cómo rescato su voz, // la echo demasiado de menos”. También los versos de los demás poetas que leyeron, y que no puedo anotar aquí porque no tengo copias. Después de aquella velada, repleta de gente afín, de público amable y de peña reunida gracias a Esteban y su “Ácido Tour” (por la poesía “que irrita las gargantas” y “corroe almas”), nos fuimos a Madrid en el tren de cercanías y luego en metro, y de ahí en coche a Zamora, atravesando una madrugada plena de lluvia, rayos y truenos. Pero la poesía tampoco acabó ahí, pues al día siguiente tomé un café con Tomás Sánchez Santiago, que acaba de publicar su antología “Cómo parar setenta pájaros”.