El hombre es morboso por naturaleza. Y los medios colman sus necesidades. Cuando ciertas zonas del planeta se ven arrasadas por brutales fenómenos de la naturaleza, o cuando hay grandes catástrofes en los titulares, al hombre sólo le interesa durante un tiempo lo relacionado con esos fenómenos y accidentes. En la televisión acostumbran a saciar el interés del espectador programando telefilmes y películas de catástrofes cuando ha habido un gran incendio, o una inundación, o un terremoto. Dicen que estamos ante la proximidad de una pandemia por la gripe porcina. Y la enfermedad (no puede ser de otra manera) centra los titulares, inquieta a los ciudadanos, copa las conversaciones. No sé si en la tele han empezado ya a poner películas sobre epidemias. No sería raro. Seguro que algunos guionistas, en Hollywood, están ya escribiendo nuevas historias sobre plagas.
Es hora de acudir a los libros y rescatar ciertos argumentos sobre plagas. “La danza de la muerte”, de Stephen King, reeditada y ampliada como “Apocalipsis”, sería una buena excusa para saciar el morbo. O “Ensayo sobre la ceguera”, de José Saramago. Es probable que ahora se ponga de moda “Diario del año de la peste”, de Daniel Defoe. Hace poco lo reeditaron con otra traducción y un formato casi de lujo. Lo compré, pero pospuse su lectura. Tal vez sea éste el momento de adentrarse en sus páginas y conocer con detalle qué ocurrió durante esa peste que azotó a Europa, pero especialmente en Londres (donde se centra la narración de Defoe). “Diario del año de la peste” es el origen de una de las obras maestras de la literatura: “La peste”, de Albert Camus. Creo que leí la novela en los noventa. Ha llovido algo desde entonces. Pero recuerdo el poso, la metáfora del mal, los estragos que causa en el hombre, su indefensión ante el virus. La escritura de este artículo la motivan ciertos pasajes que he releído al azar. Abriendo el libro por aquí y por allá encuentro párrafos esenciales. Se ajustan a lo que estamos viviendo y, si nada lo impide, a lo que vendrá.
Leamos un fragmento de Albert Camus: “Cuando estalla una guerra, las gentes se dicen: “Esto no puede durar, es demasiado estúpido”. Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo; pensaban en ellos mismos; dicho de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan, y los humanistas en primer lugar, porque no han tomado precauciones”. Pasemos ahora al último párrafo del libro: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”. Quien no haya leído la novela, puede satisfacer su curiosidad leyéndolo ahora. Recordemos otra frase más de “La peste”: “Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas”.