martes, mayo 12, 2009

En días idénticos a nubes, de Ana Pérez Cañamares


EL PODER DE LA MÚSICA


Sobre la mesa no era más que un rectángulo plateado con unas letras grabadas. Pero cuando él cogió la armónica y empezó a tocar, ella cerró los ojos y se vio en un vagón de tren; escuchó, superpuesto a la melodía, el ruido de la máquina, el roce de las ruedas sobre las vías, los mugidos de las vacas; olió el carbón, la paja, el ganado, el inmenso río sobre el que cruzaron traqueteando. Sobre la piel sintió las ropas sudorosas y agujereadas. A través de los párpados, entrevió los juegos del sol con la penumbra y las tablas de madera rotas. Tuvo la seguridad de que aquel lugar que cruzaban era una pradera del centro de Arkansas; y la intuición de la libertad, la aventura, el hambre.
Cuando abrió los ojos, dudó si contar lo que había vivido; pero entonces vio cómo él desentumecía brazos y piernas y supo que habían viajado juntos, en aquel vagón de tercera, sin billete, hacia ninguna parte.