John Carpenter posee un talento único para el homenaje, el refrito, la parodia y la resurrección de mitos. En los ochenta era uno de mis directores predilectos, gracias a “La niebla”, “1997: Rescate en Nueva York”, “La cosa”, “Christine” y “Golpe en la pequeña China”. A mí me costó reconciliarme con su cine: a mediados de los noventa dejé de ver sus nuevas películas. Tras la acertada revisión de “El pueblo de los malditos” llegaron los palos de la crítica a sus historias de héroes maduros, vampiros y fantasmas. Pero Carpenter devolvió la fe con su episodio para la serie de televisión “Maestros del horror”: “Cigarette Burns” (aquí titulado: “El fin del mundo en 35mm”). Esa pequeña pieza maestra, que mantiene la tensión narrativa desde el principio, me ha llevado a recuperar los filmes que no vi en los noventa. Gracias al consejo de un amigo, empiezo por una secuela o más bien remake: “2013: Rescate en L.A.”, auténtica orgía de géneros, efectos especiales de saldo y malos de cómic.
En la ficha correspondiente a “2013: Rescate…” de la web FilmAffinity hay un extracto de la certera crítica que hizo Omar Khan para El País. Dice así: “Conserva ese tono mordaz de Carpenter en el que nunca se sabe si se está burlando del género o rindiéndole un homenaje”. Hace dos o tres noches, mientras la veía por primera vez, no pude quitarme de encima esa sensación: ¿Carpenter nos estaba tomando el pelo o se le fue la mano? No es fácil saberlo. El argumento y algunas situaciones son tan calcadas a “1997: Rescate en Nueva York” que, más bien, estamos ante un remake. Podría ser algo como lo que hizo el propio Sam Raimi con “Evil Dead”: la segunda parte era un remake con más presupuesto y sustituyendo el horror por el humor. Lo cierto es que Carpenter se soltó más que nunca la melena. Vean los nombres de los personajes: Cuervo Jones, Map of the Stars Eddie, Utopia, Hershe Las Palmas o ese icono de nuestra niñez, el protagonista, Snake Plissken (Plissken El Serpiente), con su chupa, su cara sin afeitar, su parche de pirata y sus rudos modales. Serpiente es un héroe tosco. En la película, el director se las arregla para meternos en toda clase de contextos y géneros imaginables: terror, ciencia-ficción, duelos de western, política, terremotos, aventuras, tiroteos y peleas a puñetazos, crítica a los totalitarismos, partidos de baloncesto, surf en las olas de un tsunami, gadgets a lo James Bond… Pura serie Z. Los efectos especiales son tan baratos y defectuosos que no queda muy claro si no le alcanzó el dinero o si lo hizo adrede (como Coppola en su “Drácula”, que quiso unos efectos antiguos y acordes con las viejas películas de vampiros). Lo mejor, además del regreso de Plissken (Kurt Russell), es la crítica hacia la moralidad de Estados Unidos, que puede conducir a un país en el que se recortan por completo las libertades y los vicios. En una de las escenas más descabelladas, Carpenter se burla de la fiebre de cirugía estética: Serpiente es conducido a un laboratorio-museo de horrores en el que los pacientes adictos al bisturí tienen los rostros deformes y torturados. Así, el director lanza dardos llenos de veneno, pero los camufla dando a la película esa textura propia del cine de matinal.
A pesar de sus virtudes y de sus defectos, la secuela o remake no alcanza el sabor añejo y entrañable de la primera. Pero al menos tenemos a Serpiente, ese héroe de tebeo de culto al que mi generación veneraba: un tío duro, macarra, gélido, nihilista. Antes de ver este remake, revisé la original, que contiene todas las claves del cine de serie B. Lo que me gusta de este género es que sus directores no tienen otra pretensión que la de entretenernos. Y así deben ser vistos sus filmes.