Entre las compañías que me abrasan a diario llamándome por teléfono al número fijo, sin duda la peor es Orange. En Orange están empeñados en que contrate la conexión a internet con ellos. Es raro el día en que no llaman. Siempre me cogen enfrascado en un artículo, por la mañana, o leyendo un libro después de comer, con lo cual se las arreglan a diario para romperme la concentración. Semanas atrás decidí no coger nunca el teléfono cuando en la pantalla apareciese un número oculto o privado. En mi pantalla suele poner “Nº desconocido”. Pero aún es peor si no descuelgas el teléfono: porque entonces insisten más veces y la repetición de timbrazos acaba siendo una pesadilla. Al inicio de la Semana Santa le dije educadamente a la señorita de Orange que quiso venderme sus ofertas que, por favor, no volvieran a llamar más a este número, que esa canción se repetía mucho y estábamos un poco hartos. Durante unos días dejaron de llamar. Pensé que lo había solucionado.
Pero volvieron a llamar. El martes pasado, en horario laboral, sonó el teléfono fijo y, en vez de un número oculto, aparecía uno de esos números kilométricos, de centralita. Lo descolgué, cansado. Sonó una voz grabada: en breve me pondrían con mi interlocutor. Esperé un minuto y se cortó la comunicación. Más tarde volvieron a llamar. El mismo número, la misma voz grabada. Por fin una mujer se puso al otro lado del aparato. Era de Orange, preguntó por el titular de la línea y le dije que no estaba, que yo atendía las llamadas. Quiso saber si tenía conexión a internet. Sí, con Telefónica, pero no pensábamos cambiar de compañía. Le dije que estaba harto de esas llamadas. Que, por favor, olvidaran este número. La tipa no supo qué responder. Unas horas después, a las doce y media de la noche, sonó el teléfono. Mismo número, misma voz grabada. Lo cogí para echarles una bronca, pues no son horas de llamar. Tras esperar un minuto, se cortó la comunicación. Sucedió igual quince minutos después: a la una menos cuarto. ¿Por qué tiene que aguantar alguien que una empresa lo acose a horas intempestivas, cuando está a punto de irse a dormir?
Al día siguiente (sería en torno a las cinco de la tarde) recibí otra llamada. Número oculto. Se presentó una señorita. Preguntando por el titular del teléfono. “No está”, dije. “¿Qué quiere?” Lo habrán adivinado: era de Orange. Antes de empezar su discurso, le conté que Orange había telefoneado tres veces durante la víspera, dos de ellas a partir de las doce de la noche. Respondió que era imposible. Volví a soltar mi discurso: no vuelvan ustedes a llamar, no nos interesa, no cambiaremos de compañía, estamos hartos, etcétera. Entonces dijo: “Pero es que con usted no queremos hablar. Queremos hablar con el titular”, en un evidente tono de bronca. De ofendida. Empecé a decir que no lo iban a conseguir, que las llamadas las atendía yo, cuando la tía me colgó a mitad de frase. Veamos: telefonean desde un número oculto, te molestan a medio trabajo, te increpan, te dicen que contigo no quieren hablar y te cuelgan a mitad de frase. ¿Por qué la gente tiene que aguantar esto? La próxima vez los espero con boli y papel. Para apuntar el nombre de la empresa y el nombre y apellidos de quien me atienda y la hora de llamada. Para exigir que borren nuestros datos de su archivo. He leído por ahí que incluso se puede denunciar. También me he enterado de una maniobra de las empresas, el “slamming”: “cambio de compañía de telecomunicaciones sin la autorización del cliente, utilizando técnicas fraudulentas” (Oficina de Atención al Usuario de Telecomunicaciones). Vergonzoso.